Corren los primeros días de 1801, un año que se prevé tan rutinario como el anterior, cuando Francisco Tarragó estampa su firma en un documento oficial, una hoja de encargo para cargar cereales en un llagut bautizado con el nombre deNuestra Señora de la Cinta, del que posee 1/12 de la propiedad. La grafía es torpe, de avance parvulario, unos trazos que denotan que los días de escuela han sido pocos, apenas los suficientes para aprender esas letras necesarias para validar los documentos. No le hace falta más para saber que los 16 duros de plata que cobrará por llevar la carga río abajo es un trato justo. Su sabiduría reside en conocer palmo a palmo el río, las corrientes, la profundidad, la ribera y los caminos de sirga paralelos por donde tendrá que remontar la embarcación, con media carga y la ayuda de los machos, si el viento no es favorable.
Si soplaba de popa se desplegaban dos velas, la gàbia y el trau; que combinadas con la percha y la pericia llevaban de nuevo el llagut a casa. Pero en muchas ocasiones, caprichos geográficos como el Pas de l’Ase o el Estret de Barrufemes eran escollos insalvables. Con una gruesa cuerda de cáñamo amarrada al palo por un extremo y al pecho por el otro, los tripulantes se apretaban la faja, se calaban la gorra hasta el entrecejo, y empujaban la barca saltando de una orilla a otra en función de la facilidad de paso; reniegos, juramentos en arameo y algunas canciones populares, cuando el humor era bueno, les acompañaban durante todo el trayecto. El cielo inmenso sobre el Ebro les traía olores de trigo y paja nueva en los meses estivales; y en otros momentos del año, lluvia, niebla y frío que les cuarteaba las manos.
Sin tren ni carreteras, el río Ebro era el eje de comunicación para todos los pueblos de la ribera y, por ende, el paso hacia el resto del mundo. Ese camino de agua ha marcado el paisaje, las tradiciones, el modo de vida y los sueños de muchas generaciones de habitantes de las Terres de l’Ebre. También los amores, como recuerda una de aquellas canciones que entonaban por los caminos de sirga:
Riu amunt i riu avall,
se’n va el cor i el cor me ve.
Riu amunt i riu avall,
per un mosso llaüter.
Llego a Miravet en uno de esos días de niebla que tanto temían los patrones de las embarcaciones, la imagen encaja perfectamente con la descripción que hacía del río Ebro el escritor Josep Pla: «La reverberación del agua pone en la atmósfera un punto de somnolencia deliciosa, una vaga borrosidad láctea. La luz es densa y cambiante: a veces bruñe la amarillenta calidad de las aguas; otras veces le pone un tono blanco sucio, embalsado». En el paso de barca, donde décadas atrás se podían ver hasta un centenar de llaguts, tan solo se escucha el rumor del agua y los trinos, cantos y píos de las madrugadoras aves. El sonido del cuerno marino se apagó durante la segunda mitad del siglo XX. Ese instrumento, hecho con la concha de un caracol mediterráneo, fue la banda sonora más temida por los ribereños: se tocaba en los días de niebla para evitar colisiones o cuando venían mal dadas. Actualmente, el cuerno marino se ha recuperado como elemento de carácter festivo.
Por las calles de Miravet se ve la huella de otro de los grandes miedos de aquellas latitudes, los enfados del Ebro. Como si fueran cicatrices de apendicitis, unas marcas recuerdan que en las grandes riadas el agua no obedece a nadie. Desde el castillo templario de Miravet se puede ver como el río llega algo dolido, pesado, retorciéndose en meandros, pero todavía con ganas de ir dejando vida a su paso.
José Videllet Borrull fue uno de aquellos llaguters. José, conocido como Pepe de la Bessona, es vecino de Benifallet, tiene 85 años y una memoria prodigiosa. Me cuenta que en el año 1942, con tan solo seis años, cruzó el río caminando por primera vez de la mano de su padre. A los doce ya se subió a un llagut para trabajar como un hombre, dice, y estuvo navegando toda una vida. Bajaba carbón y subía arroz tirando con los machos. «Era el trabajo más duro del mundo, cuando venía una riada tenía que ir fuera de la embarcación con el macho para no perder el camino. Cuatro veces me caí al Ebro durante las riadas y me salvé de milagro, porque en las riadas mandaba el río», recuerda con seriedad.
Cuando iban río abajo todavía había ánimo de contar algún chiste y entonar alguna canción, pero río arriba era demasiado duro para pensar en fiestas. Cuando fue el más veterano de la embarcación, casi siempre le tocaba hacer el rancho, unas veces col y patata, otras cazuela de arroz. Todavía conserva uno de esos cuernos marinos con el que avisaban a las barcas que cruzaban de un lado al otro del río. Me explica que el punto más complicado del camino de sirga era el Pas de l’Ase, desde Miravet hasta el desfiladero no tenían que cruzar el río, pero una vez allí se cambiaba tres veces de orilla en menos de una hora. «Sufríamos muchísimo pero se ganaban cuartos», concluye Pepe.
Hoy es posible recordar aquellos días de esfuerzo y canciones navegando por el río Ebro en réplicas de esas embarcaciones tradicionales, a bordo de tres llaguts: Lo Roget, Lo Sirgador y Lo Llagut, que salen de las localidades de Ascó, Tortosa y Benifallet, respectivamente.
Lo Roget realiza el trayecto entre Ascó y el embarcadero de Vinebre, cruzando uno de los paisajes fluviales más hermosos de la comarca de la Ribera d’Ebre, el Pas de l’Ase, un pequeño cañón por el que el río se abre paso flanqueado por montañas. La experiencia se completa con una degustación de vermut y un aperitivo. La salida desde Tortosa recorre el tramo final del Ebro, río arriba va al encuentro de la isla de la Xiquina, río abajo de frondosos bosques de ribera y de la isla de los Bous (toros). En el recorrido es habitual encontrarse con aves como la garza real, el martinete o el milano real. Una de las salidas de Lo Sirgador da la posibilidad de disfrutar del atardecer en el río mientras se brinda con una copa de cava acompañada de los tradicionales pastissets, un dulce que en su preparación original va relleno de cabello de ángel. Toda una invitación a la contemplación del paisaje y a dejarse contagiar por la calma de las aguas del río.
Durante el recorrido desde Benifallet, que dura aproximadamente una hora, se dan explicaciones del patrimonio, la naturaleza y la fauna del río. Se navega por un tramo en que el Ebro se comprime entre la sierra de Cardó y el contrafuerte del macizo del Parque Natural de Els Ports, pasando por dos desfiladeros: el mencionado Pas de l’Ase y el Estret de Barrufemes. Artur Bladé, uno de los escritores por excelencia del tramo catalán del Ebro, decía que el paso por Barrufemes no se olvidaba nunca.
Más información en la página de turismo de las Terres de l’Ebre.
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