En 2013 se cumplieron 200 años del nacimiento de uno de los grandes genios de la música. Wagner nació en Leipzig, aunque la familia se trasladó enseguida a Dresden. De joven se interesó por la literatura y el teatro, seguramente empapado por el ambiente de una región que era el epicentro de la cultura germana. Podríamos hablar de una inspiración musical tardía, ya entrado en la adolescencia. De niño andaba en menesteres propios de la infancia y no componiendo sinfonías. Pero cuando el pentagrama entró en su vida, su única aspiración fue alcanzar el arte total.
Su carrera empezó a trompicones, mientras su coetáneo Verdi —también está celebrando los dos siglos— estrenaba Oberto con gran éxito, nada menos que en Milán, Wagner vagaba por media Europa en busca de inspiración.
De hecho, sólo tuvo unos años relativamente cómodos en su vida; cuando estuvo bajo la tutela del rey Luis II de Baviera. Se acusó al compositor de abusar de las regias arcas, aunque lo cierto es que el estropicio a los ahorros fue culpa del propio rey y la megalomanía que lo llevó a plantar castillos por Baviera.
Sea como fuere, qué delicioso resultado de una malversación de fondos. En ambos casos. Como decía, Wagner buscó a las musas en lugares como París o Suiza, se fijó en los paisajes de Escandinavia, de Bélgica y de Italia para crear algunas de sus obras más conocidas. Pero no fue hasta que regresó a Alemania cuando alcanzó la plenitud inspiradora escenificada con estas palabras: “Cuando vi el Rin, con lágrimas en los ojos, yo, pobre artista, juré fidelidad a mi patria alemana”. Su obra cumbre, El canto del nibelungo, está escenificada en ese Rin que le hizo llorar. Cuando recorrí el valle medio del Rin, entre Koblenz y Mainz, además de descubrir que en su ribera se dan algunos de los mejores vinos blancos del mundo, escuché la tetralogía del compositor germano. Más aún, creí verla en los diferentes paisajes que fui recorriendo.
El anillo del nibelungo es una de las obras más complejas a la hora de llevarla a escena. Y pensar que Wagner quiso hacer una obra sencilla, con pocos personajes, con vistas a tener ingresos que aliviaran su delicada situación. Pero se le fue la mano y acabó tardando más de un cuarto de siglo en terminarla, dando a luz una obra que necesita quince horas —cuatro largas noches de ópera— para ser representada en su totalidad. A cambio, tenemos un regalo que ya nació con dotes de universalidad: recordad el tan, ta, ta, tan, tan de La cabalgata de las valquirias en Apocalypse Now.
En la galería de fotos podéis ver rincones del valle medio del Rin que recuerdan a pasajes de El anillo del nibelungo, lugares en los que nos imaginamos a Alberich, a Brunilda, a Wotan o a Sigfrido yendo en busca del anillo forjado con el oro extraído del fondo del Rin. Durante la ruta tienes diferentes opciones de alojamiento, incluso la de dormir en un castillo como el Rheinfels. Pero la opción que nos resulta más curiosa es la del hotel Lidenwirt, en la localidad de Rüdesheim, que tiene algunas de sus habitaciones en el interior de viejas barricas de vino.
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