Resulta muy difícil encontrar sentido a la existencia y llegar a alcanzar la plenitud como ser humano sin haber comido unos huevos duros con mostaza, vinagre y pimienta en Düsseldorf. De acuerdo, lo admito, quizás la afirmación es un poco exagerada, pero se acerca el carnaval y ¿qué es sino exageración? En la capital de la Renania del Norte Westfalia es mucho más que una fiesta. De hecho, en ciudades como Colonia, Magúncia o Düsseldorf, el Carnaval es conocido como «la quinta estación del año» por la importancia que le otorgan.
Más allá de la rivalidad entre estas tres ciudades por sus carnavales, lo que es incuestionable es que el desfile del lunes de carnaval de Düsseldorf es uno de los más importantes de Alemania. El Rosenmontag (Lunes de Rosas) puede reunir más de setenta carrozas y cerca de seis mil participantes, que desfilan a lo largo de un recorrido de más de seis kilómetros, acompañados por cincuenta bandas de música, lanzando casi cuarenta toneladas de bombones y caramelos al grito de ¡Helau!, ¡Helau! Es evidente que el cliché de los alemanes como gente seria, responsable y trabajadora, olvida que les encanta divertirse. Y además saben hacerlo. A lo grande.
Las fiestas de carnaval hunden sus raíces en la noche de los tiempos y no resulta fácil establecer un solo origen. En general, tienen más que ver con festividades destinadas a celebrar la vida, en épocas donde la muerte estaba amargamente presente, que no con el simple desenfreno. El culto griego a Dionisos o las saturnales romanas tenían ese significado, y el vino —el regalo de los dioses— se convertía en el vehículo que permitía trascender el orden y la cruda realidad. Era tal el arraigo —o la necesidad— de estas celebraciones libertarias que el cristianismo fue incapaz de acabar con ellas y se resignó a acotarlas con una severa cuaresma.
Los Carnavales alemanes junto al Rin son una de las herencias de su pasado romano. En época medieval ya hay noticias del de Düsseldorf. En el siglo XVI se sabe de bailes de máscaras al estilo veneciano y celebraciones populares mucho menos refinadas y más ruidosas. Pero cuando el Carnaval empieza a adquirir una importancia destacada en esta ciudad es después de las guerras napoleónicas. Frente al horror de la guerra, la celebración de la vida.
La dimensión liberadora y transgresora de la fiesta no ha gustado nunca al poder y menos aún a la Prusia que incorporó los territorios de Renania, a partir del Congreso de Viena de 1814. En un intento de controlar y dirigir el bullicio de la fiesta, en 1823, los prohombres de la ciudad crearon un comité que organizó con gran éxito el primer desfile de Rosenmontag, con parodias que evocaban el mundo militar prusiano. De hecho, los uniformes recargados, las condecoraciones exageradas y los títulos ridículos que caracterizan el carnaval de esta ciudad son herencia de esos tiempos.
El arraigo de la fiesta entre sus habitantes debía ser ya considerable porque cuando el rey Federico Guillermo III prohibió el «entretenimiento de carnaval», por orden del gabinete del 31 de enero de 1834, hizo una excepción con las ciudades de Renania. El estado prusiano veía en el carnaval el riesgo de «perturbar la moralidad con, entre otras cosas, el baile que da lugar a un deseo crudo, particularmente entre las clases bajas de la sociedad, y con la velocidad de la bebida, que causa gastos inconscientes que conducen a la pobreza y a poner en peligro nuestra prosperidad».
A partir de 1830, los temas de las carrozas se volvieron cada vez más políticos y el carnaval se aprovechó para extender las ideas liberales surgidas de la la Revolución Francesa. De hecho, la sátira política ha seguido siendo una parte importante de los desfiles hasta el día de hoy (no es un espectáculo recomendable para diplomáticos).
El carnaval de Düsseldorf da comienzo el 11 de noviembre, día de San Martín, a las 11 horas y 11 minutos, cuando un personaje llamado Hoppeditz surge de un tarro gigante de mostaza situado frente al ayuntamiento y pronuncia un discurso satírico dirigido a las autoridades. El miércoles de ceniza, el muñeco que lo representa es incinerado entre lamentaciones y simbólicamente enterrado. Otro elemento destacado de los carnavales alemanes es el Weiberfastnacht, el día en que las mujeres toman el poder. Tiene lugar el jueves lardero, día en que las mujeres asaltan el ayuntamiento, a las 11 horas y 11 minutos, y se lanzan a cortar las corbatas de los hombres.
Desde 1995, el sábado de Carnaval se ha venido celebrando Tuntenlauf auf der Kö, un desfile de travestis organizado por el Comité de Carnaval de Düsseldorf en colaboración con la asociación para la lucha contra el SIDA. El evento se ha convertido en toda una tradición que atrae a miles de personas. Actualmente se celebra en un club nocturno situado justo al lado del famoso bulevar Kö, conocido por el canal que lo recorre y por las tiendas de lujo que lo han convertido en una de las calles de compras más elegantes de Alemania.
Düsseldorf no es la ciudad más grande de Alemania, ni la mas importante, pero sí una de las más cosmopolitas. Hace unos años, un estudio de la consultora Mercer la destacó como la sexta ciudad del mundo con mejor calidad de vida. La ciudad respira una inteligencia especial, la de la sabiduría de quien sabe qué es lo esencial y qué no lo es tanto. Es posible que, precisamente, el espíritu del Carnaval tenga algo que ver con todo ello.
Leave a Comment