Para la mayoría de belgas, la vida es mejor con chocolate. Consumen una media anual de seis kilos por habitante, cuentan con más de trescientas empresas dedicadas a endulzarles la existencia, algunas con tiendas que abren hasta bien tarde porque los antojos no tienen horarios.
Bélgica, sin contar con plantaciones de cacao, se ha convertido en tierra de chocolateros de reconocido prestigio mundial, de orfebres del placer culpable. Hoy, todos los belgas aceptan el chocolate como una de las señas de identidad de su gastronomía. Pero no siempre fue así. La primera referencia al chocolate llega de la abadía Baudelio, en Gante. Era el año 1635 y el abad lo había comprado para ofrecerlo como regalo. Por una crónica de 1698, sabemos que un holandés abrió un café en Malinas, junto a la torre de san Romuldo, pero lo tuvo que cerrar porque la gente prefería desayunar con cerveza o con algún destilado antes que beber chocolate en un establecimiento público. Un año más tarde, un Edicto Real en Amberes prohíbe abrir cafés que sirvan chocolate y tengan juegos de azar, bajo penas que podían suponer una multa de quinientos florines o cinco años en el exilio. Pero nobles, curas y hasta el gobernador, sucumbieron al poder del chocolate y la restricción duró tan solo unos pocos años.
Durante el frío invierno de 1717, en el cauce congelado del río Escalda, se instalaron puestos que vendían chocolate líquido para combatir las bajas temperaturas. En el siglo XVIII era un producto de lujo, reservado a las clases más pudientes: una libra costaba hasta siete veces lo que ganaba un trabajador en un día, catorce veces más que una barra de pan. Cuentan que, en algunos balnearios frecuentados por la alta sociedad, echaban un poco de opio al chocolate para librarse de los huéspedes más irritantes, la mezcla les sumía en un gran sopor y no asistían al baile nocturno. En 1840, el fabricante de chocolate Berwaerts vendió las primeras tabletas prensadas y figuras de chocolate. Creyó que podía ser una buena idea llevar su invento a una exhibición de industria belga que tuvo lugar en 1847. El jurado no le otorgó ningún premio a Berwaerts, el único chocolatero presente. Reconoció que la manufactura de chocolate estaba creciendo en Bélgica, pero que sin embargo era una de esas industrias que no iba a representar particulares ventajas para el país, dado que se necesitaban pocos trabajadores y la materia prima llegaba del extranjero. No podemos decir que los miembros del jurado fueran unos linces: pocos años más tarde el número de chocolateros se había duplicado.
1912 es una fecha clave para el chocolate belga, Jean Neuhaus II da una vuelta al negocio iniciado por su abuelo —una botica, ubicada en la Galería de la Reina de Bruselas, en la que utilizaban el chocolate para hacer más sabrosas algunas medicinas— y decide rellenar el chocolate con crema fresca en lugar de píldoras: había inventado el bombón, conocido como praline en Bélgica. Louise Agostini, la esposa de Neuhaus, aportó el ballotin tres años después, un pequeño cofre que evitaba que los bombones se rompieran, como ocurría en los cucuruchos de papel que estaban empleando hasta entonces. Algo más de un siglo y varios inventos después —transporte de chocolate líquido por Charles Callebaut, la crema de chocolate y el Manon, un bombón cubierto de chocolate blanco—, el chocolate aparece en cada rincón de las ciudades flamencas; no solo en tiendas, sino que hay toda una cultura alrededor que se refleja en festivales, talleres de elaboración, interesantes maridajes y paseos temáticos guiados.



Los maestros chocolateros han seguido la línea de estudio e innovación presente en el actual panorama gastronómico, dejando atrás el conservadurismo que había caracterizado a la industria. Cuando Nicolas Vanaise abrió su tienda Yuzu (Walpoortstraat 11a; Gante) pudo unir sus pasiones, la arqueología, la literatura, la cultura japonesa —yuzu es un cítrico japonés— y el chocolate. Las formas imperfectas de sus bombones pretenden recordar materiales como la madera o el hierro: “De algún modo, todavía soy arqueólogo”, dice Nicolas. Ha bautizado una de sus cajas con el nombre Middle East, con piezas llamadas Alepo, Palmira o Saná, en recuerdo del tiempo que trabajó como arqueólogo en Oriente Medio. Otro de sus bombones se llama Lourmarin, en homenaje a Albert Camus, con absenta, regaliz y lavanda como ingredientes. También el cine de Fellini o de Wong Kar Wai ha tenido cabida en el interior de una fina capa de chocolate.



Pierre Marcolini, con tiendas en diferentes ciudades del país, se define como fabricante de sueños. Su tienda del bruselense barrio del Sablon es como una joyería, con vitrinas donde expone sus creaciones. Está permanentemente en alerta, la inspiración le puede llegar durante la visita a una exposición de arte contemporáneo o en las charlas con amigos. Además de bombones, también produce macarons y huevos de Pascua muy apreciados, los de este año inspirados en la estética japonesa kawaii. Tiene una frase que define su posición frente a nuevos retos y sabores: la única puerta que separa al sueño de la realidad es el valor.


Dominique Persoone es uno de los pocos maestros chocolateros que aparecen en la guía Michelin y sin duda el más transgresor, como denota su apodo Shock-o-latier. Su invento más conocido fue la máquina para esnifar chocolate que hizo para una fiesta del grupo The Rolling Stones. El preparado que utiliza para tan particular aparato es una mezcla de cacao en polvo peruano con menta y jengibre o frambuesa. La menta y el jengibre consiguen el efecto deseado, una especie de tintineo en la nariz, y el intenso aroma del chocolate hace el resto. Dice que anteriormente había probado a poner guindilla en la mezcla, pero que fue una absoluta mala idea. La máquina se ha hecho tan popular —está disponible en sus tiendas de Brujas y Amberes— que ha vendido más de 25.000 unidades. También es el responsable de la pintura de chocolate que Spencer Tunick utilizó en una de sus famosas fotografías de cuerpos desnudos y de la colección de tatuajes comestibles para Henry Hate, con una parte de los ingresos dirigidos a la fundación Amy Winehouse, artista a la que Hate había tatuado. Si además añadimos pintalabios de chocolate, bombones en los que caben ingredientes como el wasabi, la cebolla frita, el caviar español, las ostras o los espárragos, no es extraño que Dominique haya llamado la atención de los mejores chefs, entre ellos los hermanos Adrià, y sus creaciones están presentes en algunas de las mejores mesas del mundo.




En el nombre científico de la planta del cacao aparece la palabra Theobroma, que en griego significa “alimento de los dioses”, un alimento que, afortunadamente, está al alcance de todos en Flandes. Así que no cabe resistirse. Como dijo Oscar Wilde, la mejor manera de evitar la tentación es caer en ella.
Una experiencia global
Choco-Story, en Brujas, es un museo dedicado al chocolate que tiene como objetivo dar a conocer la historia del cacao, el proceso de transformación del cacao al chocolate y divulgar los aspectos saludables y de alta calidad del chocolate belga. El museo está ubicado en una casa del siglo XV, con cuatro plantas. A través de las diferentes salas viajamos desde la época de los mayas y los conquistadores españoles hasta los días actuales para conocer la evolución del producto en Bélgica. Si la visita se hace con niños, de entre seis y doce años, se les entrega un juego de pegatinas para seguir una ruta. Si se ha hecho correctamente en la salida les dan un regalo. Al finalizar la visita se hace una demostración del proceso de elaboración y, por supuesto, una degustación. Para que la experiencia sea completa el museo organiza talleres de preparación de chocolate y bombones, dirigidos tanto a individuales como a grupos. También tienen algunos para niños a partir de seis años.
Los eventos más dulces
En Flandes se celebran eventos para los más apasionados del chocolate. Dos son los más destacados. El Salón del Chocolate de Bruselas reúne a chocolateros, pasteleros, cocineros, diseñadores y expertos en cacao. Además de los clásicos expositores, el salón cuenta con un completo programa de actividades: conferencias, talleres para todas las edades, preparación de recetas en vivo, elaboración de esculturas, exposiciones y un curioso desfile de moda donde se desfila con vestidos de chocolate.
La Semana del Chocolate de Amberes se define como un evento para chocoadictos. Los participantes adquieren el Chocolate Pass para hacer una ruta de degustación. El pase cuenta con diez cupones para probar las especialidades de las diferentes tiendas participantes, indicadas en un mapa. La ruta sirve, a su vez, para ir descubriendo los principales atractivos de la ciudad.
Si quieres más información visita la página de Turismo de Flandes.
El arbol magico del chocolate es originario de la AMAZONIA ECUATORIANA ( Zamora -Chinchipe ) una reciente investigacion arquelogica lo data en 5000 años de antiguedad.