Una ciudad que no asume su pasado no puede asumir su historia. Esta frase fue la bandera que enarboló Linz el año que la pusieron en el mapa, durante la celebración de la Capital Cultural del año 2009. Porque como bien recordara el poeta Ernst Jandl, también Hitler fue austriaco, no sólo Dios. El líder pangermanista proclamó la anexión de Austria desde el balcón del Ayuntamiento de la ciudad.
La deriva onomástica hasta el actual Linz se originó con el asentamiento celta de Lentos, que hacía referencia a la curva que el Danubio hace a su paso por la localidad. Del topónimo céltico mutó a Lentia durante la época romana y aunque después pasaron por allí bávaros, eslavos y otras tribus, poco se conoce de esas visitas hasta que Linz apareció de nuevo en un escrito de Carlomagno hacia el año 799. El documento hacía alusión al regalo que le hizo a su cuñado, la capilla de San Martín (Martinskirche) junto a la fortaleza Linze. En el interior de la capilla destaca el fresco del siglo XV con la representación del Volto Santo de Lucca, muy extraño a este lado de los Alpes.
Un curioso impuesto
Los raíles por los que pasan los tranvías cortan en dos la barroca Hauptplatz, que viene ejerciendo de gran plaza desde el siglo XIII. El tamaño de las casas y de la propia plaza, una de las mayores de Austria, tiene su explicación. La ciudad celebraba ferias un par de veces al año durante las que necesitaba acoger al mayor número posible de comerciantes. Al redimensionar la plaza se estableció el impuesto de las tres ventanas. Si los comerciantes querían más ventanas tenían que pagar una tasa especial, por lo que es frecuente que las casas en la Hauptplatz tengan mucha profundidad, de varias decenas de metros en ocasiones, pero poca fachada. Los agricultores siguen llegando cada viernes desde distintas partes de la región para vender sus productos.
El führer nació en las cercanías de Linz, estudió en su escuela y pensó en la ciudad como sede de su megalómano proyecto de urbe cultural. En la exposición que tuvo lugar durante la capitalidad cultural, llamada La ciudad cultural del führer, se mostraban los pinitos que hizo Hitler como pintor. Dibujó postales para la ciudad de Viena y él mismo tenía fe ciega en su talento. Lástima que fuera el único en creer en ese talento, sino quizás otro gallo hubiera cantado.
Hay otro personaje, de más grato recuerdo, que también tiene una estrecha relación con Linz. La universidad de la ciudad lleva el nombre de Johannes Kepler. El astrónomo y matemático alemán contrajo allí matrimonio en segundas nupcias y obtuvo la plaza de profesor de matemáticas.
La milla cultural
Un agradable paseo en bicicleta a orillas del Danubio muestra las diversas apuestas que ha hecho Linz por la cultura. Habría que consultar a Federico III qué le parece la ampliación de una de las alas del Castillo. La simbiosis entre la piedra antigua y el cristal y el acero del moderno apéndice es una de esas obras que siempre crean controversia. En la particular milla de la cultura queda clara la mirada puesta en el futuro y del pasado no queda más que tomar prestado el nombre. Haciendo referencia al topónimo celta, el museo Lentos de Arte Moderno cuenta con una interesante colección, con obras de Egon Schiele, Oskar Kokoschka o Gustav Klimt, entre otros.
Es muy interesante ver el juego de luces del edificio cuando cae la tarde, con estridentes luces de colores que se reflejan en el río. La colina Pöstlingberg es el mirador perfecto para ver como va variando de color, ahora azul, ahora malva, ahora naranja.
El Ars Electronica Center nos permite adentrarnos en un universo multimedia, donde es posible sobrevolar Linz, crear tu propio mundo virtual e incluso devolver el pelo a mi cabeza. Otra interesante propuesta cultural es la Brucknerhaus, dedicada al compositor y organista austriaco Antón Bruckner. El auditorio alberga los principales conciertos del festival que le rinde homenaje cada año a mediados de septiembre. Bajo el órgano de la iglesia de la cercana localidad de Sankt Florian descansan los restos de Bruckner. El compositor luce estatuas en el Antiguo Ayuntamiento y en la iglesia de los Jesuitas, donde ejerció como organista. Bruckner no fue el único que recibió el influjo de la ciudad para sus composiciones. En tiempos en los que se debía cambiar el carruaje por el barco para llegar a Viena, Mozart y su mujer fueron los huéspedes del conde Thun durante unos días. En agradecimiento, Mozart decidió dar un pequeño concierto y creó la Sinfonía Linz en tan sólo cuatro días.
Linz verändert
La ciudad había obtenido relativa fama gracias a su industria, cuyo principal exponente fue el gigante Voest, resultado del dinero recibido del Plan Marshall. Hoy la fábrica, además de producir el acero, lo transforma. La implicación de la industria con el desarrollo de la ciudad pudo ser el punto de partida para el lema de la capitalidad cultural. El Linz verändert (Linz cambia) que abanderó los actos comenzó con la reconversión de la Voest a todos los niveles. Empezando por el ecológico, con la drástica reducción de las emisiones tóxicas, y finalizando con la transformación del acero, que pasó de tener un protagonismo destacado en la industria armamentística a hacer que salieran disparados los modernos trenes de alta velocidad de Francia y España.
También el concepto de alojamiento cambió. El Pixel Hotel continuó con la visión futurista emprendida por la ciudad. En este curioso hotel, con pocas habitaciones repartidas por la ciudad, es posible aparcar el coche junto a la cama o tener a los niños ocupados en una buhardilla matando marcianitos. Con tanto pixel, diodo y viajes al futuro se puede pensar que no queda nada de la Austria tradicional. Nada más lejos de la realidad. Basta pasarse por uno de esos cafés de aire imperial, como el K.U.K Hofbäckerei, donde sirven un excelente café entre cuadros y trajes de Francisco José y Sissi. La compañía perfecta para ese café es un buen pedazo de la Linzer Torte, que con más de 300 años de edad es la tarta más antigua certificada como tal. Dulce y perfumado emblema de la ciudad que hace imprescindible la visita al lugar que más ha hecho por preservar y dar a conocer la tarta, la pastelería Jindrak, donde transmiten con celo, de generación en generación, el secreto de la Linzer Torte Original.
Rafa magnífico el post. Conozco Austria pero en Linz solo estuve de paso y me ha encantado descubrir ese aire entre futuro y tradicional. Muchas gracias ya me has despertado las ganas de volver a visitar Austria 🙂
Un saludo. Luis.
Muchas gracias, Luis. Ahora ya tienes excusa para volver a Austria.
Saludos.
Como leeran, mi segundo nombre es Linz, y justo sin saber en el año 2009, llegue alli de paseo.
Nadie podia creer que me nombrara asi, hasta en el aeropuerto llamo la atencion.
Saludos
Beatriz Linz
Montevideo Uruguay