Valencia ha cambiado mucho desde que Joaquín Sorolla recorriera la Malvarrosa arriba y abajo en busca de inspiración para sus lienzos costumbristas. Tanto que no le hemos dejado motivos que pintar, si acaso algún jardín. Ya no se practican antiguas artes de pesca con los bueyes sacando las barcas de la mar, no hay caballos paseando por la orilla ni en el Hospital del Mar, antiguo asilo San Juan de Dios, llevan a niños tullidos a darse su baño diario a la playa. Tampoco se lleva demasiado el retrato para la casa del burgués. Y de cuadros con niños desnudos, ni hablar.
En los años de Sorolla no estaba mal visto que los niños corretearan en pelotas por la orilla de la playa. Ahora, que una señora enseñara el trasero entre sábanas de raso era otra cosa muy distinta. Cuando entregó varias obras a la Academia de Bellas Artes de San Carlos, recibió esta respuesta acerca de una de ellas: “El estudio Desnudo de mujer no lo puede aprobar la Academia porque no se revelan en esta obra las dotes que ha tenido la satisfacción de alabar en las demás… y porque se nota en él bien patente la tendencia a un grosero realismo que aumenta los reparos opuestos por la decencia a la completa desnudez de la figura humana, sobre todo en el sexo en el que son más imperiosos el recato y el pudor”.
La obra de Sorolla se ha vuelto a topar en los años recientes con la censura. En diciembre de 2013 se inauguró una exposición dedicada a la relación del pintor con Estados Unidos en el museo Meadows de Dallas. Para la elaboración del cartel promocional se ha recortó parte de la imagen del cuadro Niños corriendo por la playa con la intención de eliminar al niño desnudo y dejar sólo a las niñas con sus inmaculados vestidos blancos.
Mucho más que Mediterráneo
Todo el mundo está de acuerdo en que Joaquín Sorolla forma parte del Mediterráneo, como el himno de Serrat, las sábanas blancas tendidas al sol, la caña en la terracita, los atascos en la AP-7 y la especulación urbanística. Pero no podemos quedarnos en el simplismo y describir su obra como de radiante luz levantina, mediterránea, de color vibrante. Eso es lo que hubiera gustado a los que acuñaron el término “sorollista” para referirse de forma desdeñosa a los que siguieron la escuela de Sorolla.
Detrás de su obra hay un minucioso estudio del arte clásico, fruto de la inmersión en el mundo romano durante el tiempo en el que obtuvo plaza de pensionado en Roma, una suerte de beca Erasmus para pintores.
Tanto dibujó aquellos años que en cierta ocasión en que hizo un trabajo fue interpelado por la rapidez con la que lo había concluido. El artista dijo que se debía a muchas horas de estudios anteriores. Esa agilidad se dejaba intuir en los retratos de su entorno más familiar, que terminaba con pincelazos más audaces. En cambio, cuando el que pagaba era de buena familia se volvía velazqueño en las formas, adoptando recursos propios de la fotografía heredados de los días en que entró en contacto con el fotógrafo Antonio García Peris, que acabó siendo mecenas y suegro de Sorolla.
Ruta tras los pasos de Sorolla
Aunque la ciudad haya cambiado radicalmente, todavía es posible hacer una ruta tras las huellas del pintor. Algunos lugares tan importantes como su casa natal han quedado reducidos a una simple coordenada en el mapa, pero tenemos hasta 28 puntos que le relacionan con la ciudad. Además, callejeando tras esas huellas nos podemos encontrar con alguna de esas tiendas de rancio abolengo, tiendas que le dan a un casco histórico ese aspecto viejuno que tanto nos gusta. Con algunas de ellas también se topó Sorolla, otras recrean el tipo de comercio que pobló las calles de Valencia en esos días. Tenemos la sombrerería Albero, la Tienda de las Ollas de Hierro, que hoy vende imaginería y complementos falleros; la pequeña tienda que vende productos de anea junto al mercado y el puesto que vende paelleras de todos los tamaños entre otras.
La ruta debe iniciarse en la calle de las Mantas, entonces calle Nueva, donde una placa pegada en un bloque de apartamentos de alquiler para turistas recuerda el lugar donde nació Joaquín Sorolla el 27 de febrero de 1863.
En el número 4 estaba La tendeta dels sis dits (La tiendecita de los seis dedos), perteneciente a su padre Joaquín Sorolla Gascón. Fue bautizado en la iglesia de Santa Catalina, aunque el actual párroco no tenía ni idea de ese hecho, y se casó con Clotilde en la de San Martín.
En el número 6 de la calle de Barcelona estuvo la residencia de la familia Sorolla Bastida. Fue el lugar donde fallecieron sus padres, con escasa diferencia de tiempo, a causa de la epidemia de cólera que causó estragos en Valencia durante el año 1865. Joaquín tenía tan solo dos años. Para hacernos una idea de lo que era un hogar burgués en aquellos años, podemos visitar la casa museo Benlliure, familia de pintores y escultores muy ligada a los Sorolla.
La escuela de artesanos donde hizo sus primeros pinitos se encontraba en el centro de la ciudad. El tramo de la calle donde estuvo ubicada fue bautizado como Pintor Sorolla. En la plaza del Ayuntamiento tuvo el estudio el fotógrafo Antonio García Peris. No hay ni rastro de los estudios de pintura que tuvo en las calles San Martín y de la Corona.
Sus cuadros en la ciudad
Vamos ahora con lo que sí se mantienen en pie. Algunos lugares del centro histórico aparecen en sus cuadros, como los escalones de la Lonja en El grito del palleter, la casa natalicia de San Vicente Ferrer en Exvoto, y algunas obras que ambientó en la Catedral de Valencia, parada obligatoria del paseo sentimental que realizaba el pintor cuando visitaba la ciudad, una vez afincado en Madrid. Otro de los altos en ese paseo era la plaza Redonda. ¡Ay! si Sorolla viera lo que han hecho con la antaño coqueta plaza. Ha perdido toda la personalidad tras la última reforma. Era parte del barrio donde creció, así como la iglesia de los Santos Juanes, ésta sí, conservando aún el encanto de la espléndida fachada que mira al mercado.
El casalicio de la Virgen de los Desamparados en el Puente del Mar fue uno de los elementos escogidos para representar a Valencia en la obra que le encargó la Hispanic Society of America de Nueva York, catorce paneles que representaban diferentes puntos de la geografía española. Al Círculo de Bellas Artes, actualmente en la calle Cadirers, antes en la calle Avellanas, hacía frecuentes escapadas mientras pintaba el encargo del hispanista Archer M. Huntington.
Tanto caminar y todavía no hemos visto un cuadro. El museo de Bellas Artes, gratuito, estuvo ubicado en el Centro del Carmen. Está en su emplazamiento actual, el antiguo seminario San Pío V, desde 1946. Alberga 58 obras en la Sala Sorolla —en realidad son varias salas— haciendo un recorrido por la vida del pintor y sus diferentes fases pictóricas, desde un bodegón de frutas que pintó cuando contaba con quince años hasta los retratos de la última etapa en que pintaba para gente con posibles.
Hay planes de hacer un museo Sorolla en la antigua sede de Bancaja, ahora que no corren buenos tiempos para las sedes bancarias en edificios ilustres. Aunque me temo que será un largo camino y aún tardaremos algunos años en verlo hecho realidad.
En el Centro del Carmen está la sede de la Institución Joaquín Sorolla, que se encarga de difundir e internacionalizar nuestra cultura, especialmente la que lleva al conocimiento del periodo en el que vivió el pintor.
También hay algunas obras en el Palau de la Generalitat. La obra de Sorolla fue muy prolífica, con más de 2.000 cuadros catalogados. Las hay muy conocidas, como ¡Aún dicen que el pescado es caro!, y Triste herencia, ambas en el museo del Prado, y ¡Otra Margarita!, en Missouri, todas con visos de actual fotoperiodismo dramático. Otras menos vistas, como La lechera, con tanto magnetismo como la de Vermeer, y El beso de la reliquia, las dos en colecciones particulares. Hay que tener en cuenta que se reparten obras suyas entre museos y coleccionistas de medio mundo.
Hacia la Malvarrosa
Ya más alejados del centro, llegamos hasta el Palacio de la Exposición. En 1909 se celebró la Exposición Regional Valenciana. El edificio principal se mantiene en pie, pero ha desaparecido el que había al lado, el Palacio de las Artes, que expuso obras de Sorolla, los Benlliure, Salvador Abril y Cecilio Pla entre otros.
La playa de la Malvarrosa es uno de los escenarios más importantes en la vida del artista. Además del mar que aparece en muchos de sus cuadros, tenemos otras localizaciones interesantes. En la Casa Blanca, junto a la casa museo de Vicente Blasco Ibáñez, pasó su último verano en Valencia. Sorolla pintaba Valencia, mientras Blasco Ibáñez la escribía. Hoy podemos visitar la casa del escritor, una elegante villa donde destaca su terraza con cariátides.
La Casa dels Bous, que a duras penas se aguanta firme, era el lugar donde los pescadores guardaban los animales que tiraban de las barcas. Esa escena se ve representada en cuadros como La vuelta de la pesca o Sol de la tarde.
En el antiguo asilo de San Juan de Dios, actual Hospital Valencia al mar, cuidaban a niños enfermos, a los que llevaban a darse baños de mar y sol en la Malvarrosa. Triste herencia, una de sus obras más conocidas, representa a un grupo de aquellos niños.
Cerca de la playa está el monumento Valencia a Sorolla. El busto es obra de Mariano Benlliure, aunque el que vemos allí es una reproducción. El original está en el museo de Bellas Artes.
Joaquín Sorolla está enterrado en el cementerio General de Valencia, en el panteón de la familia diseñado por el nieto del pintor.
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