Hay algo nostálgico en recorrer los caminos que van al santuario de Nuria, independientemente del medio escogido para subir. El sonido del traqueteo del cremallera, lento y quejumbroso, evoca viajes en tren que ya no existen; la ruta a pie que parte de Queralbs nos traslada a los días en que era necesario satisfacer un peaje y dejar las armas antes de entrar en el sinuoso sendero cuyos recovecos daban el necesario factor sorpresa a bandoleros como Trucafort, que tuvo su guarida en el santuario. Eran las convulsas postrimerías del siglo XVI, época de curiosas creencias y apaños que, antes de llegar a la notaría, se sellaban con un firme apretón de manos. Cada 8 de septiembre, Día de la Virgen, en los alrededores de Nuria se cerraban negocios y se arreglaban matrimonios, aunque la última palabra parece ser que la tenían los pretendientes. En un acta notarial de 1586 quedó escrito que Joan Andenís y María, hija del Serrador de Fontpedrosa, sabían que sus respectivos padres prometieron de palabra que tuvieran el cargo de matrimonio si se gustaban, pero como no se gustaron ni se gustarán, puntualiza, el acuerdo se canceló.
Es la de Nuria una virgen rodeada de soledades, como decía el verso de Joan Maragall en su poema Goigs a la Verge de Núria, especialmente en las horas tempranas y últimas cuando el cremallera queda en silencio. La impresión de la alta montaña que tuvo el poeta, en su edad más joven e impresionable, le acompañó toda la vida. En esos días los excursionistas podían tardar un día entero, incluso más, en llegar desde Barcelona hasta las montañas buscando el simple placer de caminar, del contacto con la naturaleza. Aquellos primeros caminantes, incluidos muchos artistas vinculados a la Renaixença, ayudaron a consolidar la visión del Pirineo como espacio natural mítico, convirtiendo en paisaje lo que hasta entonces solo había sido un muro fronterizo natural.
De esa renovada visión, forjada en el último cuarto del siglo XIX, nacieron dos importantes entidades excursionistas que a la postre se fusionarían en una sola: el Centro Excursionista de Cataluña (CEC). En esas salidas a la montaña todavía pesaba más el componente cultural que el deportivo, como queda patente en el acta fundacional de una de la entidades primigenias: «Con el fin de investigar todo cuanto merezca la preferente atención bajo los conceptos científico, literario y artístico, en nuestra querida tierra, se crea una sociedad que se titulará Asociación Catalanista de Excursiones Científicas». La Ley del Descanso Dominical, promulgada a principios del siglo XX, dio el impulso necesario para incorporar el ocio y la actividad física como razones para subir a la montaña.
En la estación del cremallera me encuentro con una interesante exposición de antiguos carteles que rememoran esos primeros años de excursionismo. En uno de ellos se muestra a una mujer vestida con falda roja, bufanda del mismo color, dando un gran salto con los esquís puestos, lo que nos da a entender el importante papel que las mujeres tuvieron en el desarrollo de las actividades deportivas de montaña, especialmente en las invernales. Como he mencionado antes el componente cultural tenía un gran peso entre las razones que motivaban el inicio de una excursión. Y si hablamos de cultura dos grandes monumentos, dos monasterios, marcaban muchos de los itinerarios: Sant Joan de les Abadesses y Santa María de Ripoll.
Aquellos caminantes que eran más ágiles con la pluma nos han dejado espléndidas y minuciosas crónicas sobre sus salidas: una simple excursión entre Ripoll y Girona se podía convertir en 167 páginas de texto ilustrado con abundantes grabados. Tras la muerte de Santiago Rusiñol, activo miembro de esa primera asociación excursionista, la entidad le dedicó uno de los boletines publicando varios de sus escritos sobre las marchas que hizo a pie. La descripción que hace de la gente que se encuentra a su llegada a Sant Joan de les Abadesses es puro cuadro costumbrista, la de unos lugareños que estaban poco acostumbrados a recibir a gente con mochila: «La anciana que se peina, el bebé en la cuna, el abuelo que hace zuecos y el hombre que se lava la camisa. Las mujeres y las criaturas están sentadas en la calle, a pie de puerta, y nos miran de arriba a abajo abriéndonos paso, unas medio espantadas y otras con aire de curiosidad y de investigación». Una vez traspasada la puerta del cenobio su relato tampoco tiene desperdicio: «Entramos por la puerta del claustro y, al estar en el interior, lo primero que nos choca es ver emblanquecidas las esbeltas columnas y ligeras arcadas que, además, están pintadas con fajas amarillas y azules, la esencia del mal gusto. Hemos dicho que nos choca, pero eso no quiere decir que, en realidad, no deja de indignarnos». Rusiñol destaca positivamente, eso sí, siete notables frontales de altar, uno de ellos de inspiración oriental. La primera impresión de Joan Maragall fue bien distinta: «En cuanto uno entra parece que se hunda siglos atrás», dijo el poeta.
De Sant Joan de les Abadesses tenemos los datos históricos que nos hablan de la fundación por parte de Guifré el Pilós (Wilfredo el Velloso) y de su hija Emma, la primera abadesa, que puso tanto empeño en la reordenación del territorio como en que otros condes, hermanos para más señas, no interfirieran en sus dominios: con una confirmación real y con todo un concilio se aseguró los derechos sobre las parroquias de sus tierras. La historia, cuando se pasa por un cedazo literario en el que se descartan y añaden hechos y escenas a voluntad, acaba entrando a formar parte de lo legendario más que de lo empírico. Es lo que pasa con la leyenda, balada incluida, del conde Arnau. Guimerà, Pitarra, Balaguer, Verdaguer, Carner, Maragall o Sagarra, son algunos de los apellidos ilustres de la literatura catalana que han abordado el mito.
Como hecho probado tenemos que, en el año 1017, el convento fue clausurado por el Papa Benet VIII por excesos y orgías entre las monjas y los señores. La bula papal rezaba que la comunidad se disolvía porque habían convertido la casa de oración en un burdel de meretrices de Venus. Que adolescentes ingresadas contra su voluntad en un convento tuvieran relaciones entonces prohibidas, en esa edad en que las hormonas andan revueltas, puede tener cierta lógica; pero también hay que apuntar que la denuncia se llevó a cabo a instancias de Bernat Tallaferro, hermanastro de la abadesa Ingelberga, y que el cierre del monasterio le trajo importantes beneficios en forma de ampliación de tierras. Siglos más tarde, con algunos hechos probados, un tanto de literatura y un mucho de sorna, acaban cargando en el haber del conde Arnau el que fuera el caballero que llegaba a escondidas al monasterio. De todo ello sale su balada, entre cuyos versos encontramos esta estrofa:
Quan vingué lo cap de l’any,
dotze monges, tretze infants,
la priora els dos més grans.
Sin ser necesaria una traducción completa, basta decir que el autor, un tejedor llamado Jaume Roca “Cabrit” que vivió en el pueblo en 1594, responsabiliza al conde de la paternidad de más criaturas que monjas habitaban el convento. Una vez que Sant Joan de les Abadesses reabrió sus puertas con el propósito para el que fue creado, llegó la invención de Sant Amanç con la intención de sacudirse el estigma de lugar lujurioso, con un traslado geográfico de los acontecimientos que no presenta ninguna evidencia. Si algo es bien real, y me sigue maravillando cada vez que lo veo, es el Descendimiento tallado en madera de cerezo, una dramática obra del periodo de transición entre el románico tardío y el gótico. En ella aparece Cristo casi desnudo, apenas lleva una toalla (perizonium) atada a la cintura; mientras José de Arimatea y Nicodemo sujetan el cuerpo para descenderlo de la cruz acompañados por María, San Juan Evangelista y los ladrones Dimas y Gestas.
Hay que volver a los excursionistas del CEC para destacar su empeño por reconstruir ambos monasterios, Ripoll, donde tuvieron que ordenar y armar un enorme rompecabezas, y Sant Joan de les Abadesses. Las restauraciones son una visión actualizada del pasado, no vemos el románico como era sino como los restauradores lo han ido configurando, es decir como creen que era. Santa María de Ripoll no es prerrománico ni románico, es la interpretación que hizo un arquitecto del siglo XIX, Elías Rogent, de un edificio medieval. Excepto la fachada monumental el resto está totalmente reconstruido: de hecho, cuando Rogent inicia las obras Ripoll era más gótico que románico. El crucero y el ábside también habían resistido el paso del tiempo y de diversos saqueos, pero la iglesia estaba en ruinas, entre la runa crecían libremente las plantas y los árboles —ahí es cuando entran en juego los excursionistas, encargados de la reordenación de los fragmentos dispersos—. El arquitecto responsable de la restauración nos ofrece una “falsificación” cargada de honestidad, nos hace llegar su visión del románico a través de diversas decisiones personales, como que la iglesia tenga cinco naves en lugar de tres, que los capiteles sean corintios o que el actual cimborrio exterior domine la cabecera.
Rogent no fue el único que interpretó el monumento. El personaje más importante en la historia del monasterio, el abad Oliba, también dejó su huella en su configuración. En la Edad Media, la forma que la iglesia tenía de confrontar el poder civil era levantando espléndidos templos. Parece ser que el edificio prerrománico de Ripoll ya era soberbio, pero Oliba decidió tirarlo a tierra para edificar una iglesia totalmente nueva que mostrara el último grito en arquitectura. Al fin y al cabo, la arquitectura siempre ha sido una forma más de hacer política, si no que se lo digan a Josep Puig i Cadafalch, responsable de la reconstrucción de Sant Joan de les Abadesses. El notable arquitecto modernista solo tenía una obsesión: copiar monumentos franceses con el fin de emparentar al románico de tierras catalanas con el europeo y, así, distanciarlo del que se había levantado en el resto del Estado. Esa fijación fue común a todos los países con arte románico, la arquitectura acaba siendo reflejo de las aspiraciones políticas y se buscan los caminos del arte para construir la identidad nacional. Pero la conclusión es que lo que conocemos como arte románico es solo uno.
Roma fue el gran espejo donde se miraron todos los protagonistas vinculados al desarrollo del románico. Los mecenas viajaron a Roma para que los artistas copiaran a Roma —la de la Antigüedad tardía y la Alta Edad Media—; y los artistas encontraron en el pasado un recurso artístico de gran impacto estético. Qué es el impresionante pórtico de Santa María de Ripoll sino la imagen de un arco de triunfo antiguo, es la representación que hace el cristianismo con la mirada puesta en el mundo clásico. No dejo de caminar de un lado al otro de la fachada, buscando respuestas en cada figura, en cada detalle, pero lo cierto es que estando de pie ante la conocida como “Biblia de piedra” solo se abren numerosos interrogantes.
Nos trasladamos a las fechas previas a su conclusión, cuando el frenético sonido de los cinceles y martillos de los picapedreros se mezclaba con el rumor de vecinos y el tañido de las campanas. El taller de escultura de Ripoll gozó de gran prestigio, existe la teoría de que los grandes arquitectos pudieron desplazarse para crear sus obras pero los trabajadores eran locales. En las cercanías de la localidad no había mármol pero trataron de imitarlo, aunque el paso del tiempo ha sido inmisericorde con la piedra arenosa utilizada y hubo que protegerla con una gran mampara de vidrio. ¿Qué habría detrás de aquel delicado trabajo? ¿Quienes fueron los donantes o mecenas y quienes los encargados de la conveniente adecuación doctrinal del programa iconográfico? ¿A qué importante hecho, religioso o político, responde el encargo de tan hermoso conjunto monumental?
Todo lo que sabemos es que la escultura en el románico tenía una función pedagógica y de adoctrinamiento, la decoración de fachadas y claustros respondía a intereses litúrgicos y conectaba a los fieles con la divinidad: no hacía falta estar alfabetizado porque la Iglesia ya se encargaba de decirte cómo eran las cosas y en qué debías creer. En pórticos como el de Ripoll se muestra a los feligreses un resumen de la doctrina cristiana y del orden mundial tal como lo concebía la religión. Su iconografía expresa perfectamente, con la ayuda de representaciones de escenas de la Biblia, ciclos hagiográficos y profanos, imágenes inspiradas en bestiarios y decoraciones florales, la dualidad existente entre la cultura y el poder. Tanto el componente religioso como el laico están personificados, a la parte más doctrinal se unen las formas que muestran actividades agrícolas o el interés de la comunidad monacal por la astronomía, la geología, la historia natural o la geografía. Hay que pensar en la fachada de Ripoll como un acto propagandístico tocado por la vara del arte y puesto al servicio de la jerarquía y del funcionamiento de una sociedad feudal donde la Iglesia tenía bastante que contar, cuando no la última palabra.
Hoy en día la escultura románica pasa, frecuentemente, por la expresión más importante del arte medieval, pero si pensamos en la mentalidad de la gente de la Edad Media lo más valioso eran la arquitectura y las artes preciosas en general, como la orfebrería. Entre esas artes preciosas se incluía la iluminación de manuscritos y del escritorio de Ripoll salieron obras cabales, como la Biblia conservada en la Biblioteca Apostólica Vaticana, cuyas ilustraciones se han relacionado con ciertas escenas de la fachada monumental. Santa María fue un centro de primer orden en el estudio del quadrivium, una de las partes de las siete artes liberales, en concreto la correspondiente a la música, la geometría, la aritmética y la astronomía. El abad Oliba contribuyó de manera notable a la producción de códices en el monasterio, en un inventario hecho tras su fallecimiento se registran 246 obras, entre ellas algunas que demostraban unos conocimientos en astronomía muy superiores a los encontrados en otras bibliotecas medievales.
Entre las curiosidades de esa rica bibliografía encontramos un manuscrito —conocido como ACA, Ripoll 106— en el que aparece el mapa catalán más antiguo que se conoce: en la parte izquierda está representado el Mareterreno (Mediterráneo) con unos peces nadando y la costa aparece marcada con unos círculos en los que se escriben localizaciones como Impurias (Empúries) o Ierumda (Girona). Otro texto describe un tipo de reloj monástico, una clepsidra provista de un depósito de agua con la función de hacer sonar una campana a unas horas determinadas, se supone que aquellas coincidentes con los rezos. También encontramos un manuscrito con una cincuentena de miniaturas sobre figuras zodiacales y constelaciones que demuestran el vasto conocimiento astronómico de los monjes. Gerbert d’Orhlac, el que fuera Papa Silvestre II, pasó tres años en el monasterio. Hay referencias de que pidió la obra De multiplicatione et divisione numerorum, la traducción de un texto árabe que pudo ser uno de los canales a través de los que las cifras árabes entraron en la Península Ibérica y en Europa.
La excursión de Santiago Rusiñol, igual que la nuestra, también pasó por Ripoll, dejando testimonio de la utilidad de la imaginación como camino a la emoción. El artista llega al monasterio en el momento en que los últimos rayos del sol poniente iluminan el campanario, la hora en que la luz tiembla y se desvanece. En sus escritos parece hablarle al templo con familiaridad y respeto: «Venimos a respirar el mismo aire tranquilo que respiraron cientos y cientos de benedictinos; venimos a reposar en las mismas losas donde reposaron cruzados y templarios al regresar, cansados, de Tierra Santa, pero así como ellos depositaron en tus arcas los trofeos arrancados a sus contrarios, nosotros solo una lágrima podremos dejarte como recuerdo de nuestra estancia». Rusiñol se encuentra con un montón de ruinas —su visita es previa a la restauración de Rogent— y va reconstruyendo cada rincón a base de fantasía; cree escuchar el canto de vísperas y el sonido de arpas, salterios y cítaras; le parece oler a incienso e intuye la presencia de grandes personajes de la historia saliendo de columnas imaginarias, con cada rincón iluminado, día y noche, por labrados candiles bizantinos. Ese lugar, cuenta, fue hecho para hacer pensar, para inspirarse, para hacer sentir. No se ve capaz de escribir tantas emociones, donde habla el corazón la pluma no corre.
Es aquí donde radica la riqueza del arte, emocionante en tanto que nos provoca, nos hace volar la imaginación y nos obliga a hacernos preguntas. Cuando sales de una visita a Santa Maria de Ripoll no solo tienes que haber sido golpeado por la belleza sino también por las dudas. Cuando aturdidos, confusos y maravillados, estemos a punto de salir del templo solo hay que hacer un último esfuerzo: imaginarlo todo en vivos colores*.
*El mundo siempre ha sido en color
Cuando visitamos estos grandes templos, tanto del Ripollès como de otros muchos lugares donde la arquitectura románica tuvo presencia, domina la idea de la iglesia vacía y la piedra desnuda. Ese concepto, esa idea errónea de la belleza, fue un invento del Concilio Vaticano II que promulgó la sencillez en la liturgia, rechazó el lujo y escondió los tesoros en zonas privadas. La iglesia románica estaba enteramente policromada, de otro modo los hombres de la Edad Media la hubieran considerado indigna y pobre. En monasterios como Ripoll los bloques de piedra arenosa del pórtico han sido muy sensibles a la erosión producida por el agua y el aire, no solo ha perdido su rica y viva policromía sino también parte de los rasgos románicos que le dieron los artistas de la época. Hay que pensar que, lejos de estar terminada la obra, cuando los escultores se retiraban llegaban los pintores: era la policromía lo que daba vida a las esculturas.
Dónde dormir
El Resguard dels Vents es un alojamiento con unas vistas excepcionales sobre la Vall de Ribes. Gracias a los estrechos vínculos de los propietarios con el territorio, el hotel se ha construido bajo criterios de integración paisajística y bioclimática, con la voluntad de generar el mínimo impacto. Para su construcción se han empleado la madera de pino, la piedra y el hierro, todos materiales originarios del Ripollès. Las materias primas que se utilizan en la cocina de su restaurante provienen de productores locales o de la misma familia, y el agua con la que se riega el jardín procede de la lluvia.
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