De Peñíscola podemos hablar en plural, como dos localidades bien diferenciadas. Por un lado, la construida en altura, frente al mar, para dar solución a las necesidades de sol y playa de urbanitas de media España y parte del extranjero. Por el otro, su casco histórico. Un respiro en medio de ese litoral de cemento, un soplo de aire fresco que tiene continuación a lo largo de toda la sierra de Irta.
Sobre un apéndice, casi isla, se asienta la Peñíscola que carga con el peso de su pasado. Se aferra a ese reducto como lo hiciera aquel Papa, terco como buen maño, que se encerró en su castillo y consiguió que Peñíscola pueda presumir hoy de haber sido ciudad papal, cosa que sólo pueden decir, además de la localidad levantina, las ciudades de Avignon y Roma. Para el Vaticano, Benedicto XIII sigue siendo el antipapa, un herético que tuvo en jaque a la jerarquía eclesiástica, que era más partidaria de otros candidatos. El hecho de que el Papa Luna siguiera en sus trece dio paso a uno de los berrinches de más relevancia en el seno de la iglesia católica: el Cisma de Occidente. El Papa Luna escondía detrás a Pedro Martínez de Luna, protagonista del libro El papa del mar de Vicente Blasco Ibáñez.
El controvertido Papa escogió el castillo de los Templarios, más conocido como el del Papa Luna, para su encierro. La edificación corona el abigarrado conjunto de casas encaladas atadas con la muralla, cinturón de piedra que rodea todo el conjunto histórico dando una postal a los bañistas de playa Norte y resistiendo el embate del Mediterráneo hacia el otro lado. Para conocer un poco más de la historia de los Templarios, responsables de la edificación del castillo, en su interior se puede visitar una exposición dedicada a la Orden del Temple. También hay una muestra de barcos antiguos en miniatura.




Si de algo puede presumir Peñíscola y su entorno es de playas. Playa Norte es la obvia, la que te encuentras al llegar. Cinco kilómetros de arena dorada donde plantar la toalla que tienen un pequeño reflejo al otro lado, en playa Sur. Pero hay más de una decena de playas y calas, algunas de ellas en la zona del Parque Natural de la Sierra de Irta, que dan respuesta a cualquiera, desde el que busca la comodidad de tener la playa frente a la puerta de casa hasta el que convierte el día de playa en un proyecto integral de excursión y comunión con la naturaleza. Calas como la de Badum, al pie de la torre homónima, recompensan la dificultad de su acceso con un entorno privilegiado. La zona de la sierra de Irta es un espacio natural que propone diversas rutas senderistas, desde su máxima elevación de 573 metros hasta la sucesión de calas del litoral. El castillo de Pulpis, la mencionada torre de Badum y la ermita de San Antonio son algunos de los enclaves que se pueden visitar a través de las rutas por el parque.
Al caer la tarde, los pescadores son los protagonistas del escenario peñiscolano. En el puerto se tejen redes y empiezan a llegar las gaviotas, anuncio de la inminente entrada de los barcos con la captura del día que luego irá a parar a los platos de las mejores mesas.
Igual que Peñíscola ofrece dos caras, también hay que hablar de dos temporadas. En los meses de verano, actividad febril, con un punto de taquicardia, para atender a todos los que se acercan a verla. Durante la temporada baja, con una Peñíscola bajo mínimos, se hace muy agradable pasear por las empedradas calles, disfrutar de los detalles de la arquitectura tradicional, la que pinta las fachadas de sus casas de blanco y los marcos de las ventanas de celeste a juego con el cielo; subir hasta el Bufador para ver soplar al mar y detenerse a conversar con la poca gente que vive en el casco antiguo. Uno de ellos, el italiano que se quedó para abrir su heladería cerca del Museo del Mar. Otro, aunque haya cambiado su residencia a los apartamentos de la parte más nueva, sigue muy vinculado a la Peñíscola histórica. Me refiero al artista Joan Gost, que abre cada día su tienda para vender creaciones en cerámica, principalmente la simpática figura del Papa Luna.




El ritmo de Peñíscola también se altera con el ruido de la claqueta. Han sido varias las ocasiones en las que se ha escuchado el “Silencio, se rueda”. Las calles de la localidad han sido el escenario de míticas películas de los años sesenta del siglo pasado, como El Cid, protagonizada por Charlton Heston y Sofía Loren. Aunque si hablamos de cine hay que destacar la particular relación, casi idolatría, de la ciudad con Luis García Berlanga, que convirtió a Peñíscola en Calabuch. Más recientemente, en el año 1999, el director volvió a las calles de la localidad para rodar París-Tombuctú y poner de esa forma el punto final a su filmografía.
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