Antes de las cinco de la mañana, todavía es noche cerrada en Siem Reap, el alba es un proyecto que todavía tardará una hora en madurar, pero ya estoy subido en el tuk-tuk. La carretera secundaria que va hacia Angkor Wat tiene una iluminación precaria, inexistente en algunos tramos. Pero de vez en cuando se ven unas intensas luces: tras descartar rápidamente la visita extraterrestre, pienso en un casino como los de Las Vegas, pero al acercarme un poco más el tamaño me dice que es algo más pequeño, quizás alguno de esos bares de la Nacional I. Cuando estoy frente a la fuente de esas luces no es más que una pequeña casa de espíritus rodeada por estridentes neones de colores. Sin duda, los espíritus errantes no tendrán ningún tipo de problema para encontrar esos hogares.
Pese a mi plan de intentar visitar los templos de Angkor al revés de la marea, el amanecer en Angkor Wat era obligatorio. Así que con la entrada para siete días en el bolsillo crucé la calzada para llegar hasta uno de los srah, los pequeños estanques artificiales que doblan la imagen del templo. Con el ojo en el visor de la cámara tuve la sensación de estar a solas, el constante murmullo y algunas voces me decían lo contrario. Cientos de personas me acompañaban. En ese instante fui consciente de que aprovecharía cada uno de los días en Angkor como si fueran los últimos de mi vida; visitando cada templo, acariciando cada apsara, mirando de frente a cada una de las caras de Bayon. Y en cierto modo así será porque tuve la certeza de que, a no ser que se den algunas condiciones muy favorables, nunca más volvería a visitar Angkor. Era consciente de que llegaba 155 años tarde, el día que Henri Mouhot se puso a perseguir mariposas y tropezó con tanta piedra, se empezó a joder todo.
Cuando visito alguno de los importantes recintos arqueológicos del mundo, una vez sobrepuesto del primer impacto generalmente asociado a la magnitud, empiezo a saborear la belleza e, inevitablemente, a hacerme multitud de preguntas. La mayoría queda sin respuesta, pero da pie a especulaciones y juegos, el más común el de intentar “pintar” toda la piedra desnuda. Como nosotros, los jemeres veían el mundo en color y así lo representaron. Pero excepto por algunos leves rastros de policromía —el rojo es el color que mejor ha aguantado el paso del tiempo— no vemos más que piedra de diferentes tonos, en función de si arenisca o laterita y de la afectación de la humedad, donde la única nota de color la pone el verde del musgo y la vegetación. Una de las cuestiones que me ronda siempre al visitar lugares mayas o jemeres es la de qué dejaremos nosotros cuando desaparezcamos, porque no hay duda de que nuestra civilización también se irá al garete. ¿A Calatrava? Lo dudo, porque sus edificios ya están colapsando ahora.
Tras las preguntas suele llegar un fuerte impulso que me lleva a querer dibujar, pero pocas cosas hago peor. Angkor merece ser dibujado, no se puede conseguir lo mismo con ninguna fotografía, aunque no por eso dejo de fotografiar compulsivamente cada apsara, cada flor, cada detalle, cada escena de los bajorrelieves, cada filigrana, queriendo sustituir con los píxeles mi poca traza con el lápiz. Qué envidia de esos cuadernos de viaje llenos de sentimientos trazados con lapiceros, carboncillos o acuarelas. ¿Cuántas páginas se podrían llenar tan solo con los detalles de Angkor Wat?
Pregunta va y frustración viene, el sol comenzaba a ser ese otro visitante incómodo. Cada cierto tiempo hay que buscar alguna sombra, donde los pasos no se perciben y los alaridos de los turistas chinos apenas llegan aletargados, como las débiles ondas del último eco. La sombra te hace valorar el conjunto, el todo. Te sientas sobre una enorme piedra que otrora formó parte de la techumbre de una galería. Enormes árboles de raíces destructoras te cuentan quién manda, pero a su vez alimentan el frescor para darte tan necesaria tregua. La brisa se escurre entre las ramas y el tronco para llegar hasta mí y recorrer mi espalda con un escalofrío, a la vez que una gota de sudor se desliza espinazo abajo. Una mariposa de intenso color amarillo se posa en la piedra de enfrente, quizás ella también piense que se está mejor a la sombra. Habrá más gotas de sudor, muchas más. De vuelta al sol, frente a un grupo de apsaras, siento como una gota baja desde la frente hacia el ojo: pesada, escurriéndose por la ceja, aguantando un instante eterno sobre el párpado, abriéndose paso por la pestaña a cámara lenta y finalmente obligándome a cerrar el ojo para perder de vista la piedra y nublarme las apsaras con una telaraña acuosa, salobre, interrumpiendo mi idilio con ellas. Paso el dedo por el ojo para recuperar momentáneamente la visión. A esa gota le seguirán otras cien. Está despejado y el calor es intenso, aunque ya se empiezan a formar las primeras nubes que traerán lluvias torrenciales por la tarde.
En Ta Phrom es inevitable, aunque no haya visto la película, que piense en Angelina Jolie caminando por las ruinas, sorteando raíces, representando a una apsara moderna que reparte hostias como panes. En un rincón, en soledad, me llama la tención una apsara más bella que las demás, a la que el tiempo y un poco de cirugía restauradora le han sentado de maravilla. Su mirada es sensual, desafiante, alargo la mano temblorosa para pasarla por su cuerpo de arenisca, bajando por las piernas desde la cadera, subiendo desde el ombligo hasta los pechos.
Las apsaras son bailarinas celestiales, la recompensa para los reyes y héroes que morían bravamente. Estoy seguro de que nosotros, los animosos y sufridos freelances, entramos en la categoría de héroes. Prefiero retirar mi mano porque uno no es de piedra –aunque la apsara aquí abajo sí—, esperando que haya más suerte y mejor respuesta a mis estímulos allá arriba. Eso sí, me despido guiñándole un ojo y diciéndole que todavía me tendrá que esperar una larga temporada.
Cierto es que en una semana tuve tiempo de visitar algunas joyas de Angkor que no están incluidas en los circuitos tradicionales, pequeños templos donde pude estar largo rato a solas, pero siempre había un momento u otro del día en que formaba parte de la multitud. El último día quise repetir Angkor Wat a primera hora. El amanecer fue totalmente limpio, sin las nubes del primero, con las libélulas volando nerviosas por encima del agua. Mientras el sol subía me vino a la cabeza esa pregunta tan recurrente de nuestra sociedad materialista, de qué harías si te tocara la lotería. La mayoría de las veces me limito a encogerme de hombros, no quiero coches ni casas, así que como mucho respondo que haría lo mismo que ahora, seguir viajando.
Ahora tengo claro qué haría si tuviera el dinero suficiente, me he dado cuenta de que sí hay una cosa que me gustaría comprar: tiempo a solas en Angkor, pagaría porque cerraran todos los templos de Angkor y pudiera visitarlos en completa soledad.
DÓNDE DORMIR
El Anantara Angkor Resort & Spa es uno de los mejores hoteles de Siem Reap. Está alejado del bullicioso centro de la ciudad, pero a corta distancia tanto del aeropuerto como de los principales recintos arqueológicos. El edifico fue construido como regalo para la mujer de un conocido empresario local. Cuenta con 39 habitaciones alrededor de una gran piscina de agua salada. El Spa y la gastronomía son dos de los puntos más destacados del hotel. Más información en la web del hotel.
CÓMO LLEGAR
La compañía Qatar Airways siempre aparece en los primeros puestos de las mejores compañías del mundo. Qatar Airways tiene vuelos diarios a Doha desde Madrid y desde Barcelona. Desde Doha conectan con todo el continente asiático, incluyendo Camboya con vuelos a Phnom Penh y a Siem Reap. Para más información y reservas, consulta la página web de Qatar Airways.
Si estás interesado en visitar los templos de Angkor, Ara Walter conduce un tuk-tuk. Es de total confianza, siempre puntual, precios económicos y está aprendiendo algo de español. Puedes contactar con él a través de su Facebook.
La guía Lonely Planet de Camboya tiene 376 páginas de completa información sobre todos los aspectos destacados del país y cuenta con un completo apartado dedicado a Angkor, que incluye Infografía de Angkor Wat en 3D.
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Que preciosidad de lugar…las imagenes son espectaculares…espero algun dia poder verlas personalmente!!…un saludo…