Cuando entras en Villa Maly, traspasas una puerta que lleva a la historia de Laos y de Luang Prabang. El hotel fue la residencia del príncipe Khamtan Ounkham, nieto del rey de Laos Kham Souk Zakarine. El príncipe hizo construir el edifico principal, llamado Plumeria, en el año 1938. Como correspondía a un joven de elevada posición social, fue enviado a estudiar a Francia. A su regreso a Laos hizo carrera como prefecto en las provincias de Vientiane, Luang Prabang y Sayabouri y se casó con su prima —una de las siete esposas que tuvo—, que a su vez había estudiado en Francia, de donde se trajeron un refinado gusto en la manera de vestir así como ideas del Art Nouveau y Decó para la arquitectura de la que sería su residencia.
La estructura de la casa fue la tradicional laosiana, construida con madera, levantada sobre pilotes, con habitaciones privadas para la familia y una terraza pública. Debieron ser realmente felices, porque en esa casa tuvieron cuatro hijos. A principios de la década de los sesenta, del siglo pasado, con Laos como punto importante en la lucha de Occidente contra el comunismo, los americanos ocuparon Villa Maly y se establecieron en la casa principal, Plumeria. El príncipe Khamtan Ounkham murió en un accidente de avión en 1968, pero su esposa continuó viviendo en la casa hasta su muerte en 1994.
En el año 2001 hubo un intento de gestión hotelera, con tan solo seis habitaciones, pero al morir el gerente su viuda aguantó el negocio tan solo un año más. Fue en el 2007 cuando el grupo Apple Tree lo convirtió en el hotel boutique que conocemos ahora, con 33 habitaciones. Se han conservado las habitaciones que ocupó la realeza y ahora son las suites, en el edificio principal. Los muebles de cada una de esas suites fueron especialmente diseñados para Villa Maly y hechos a mano por artesanos en Saigón. El resto de las habitaciones está alrededor de la piscina o con vistas a los jardines, uno de los puntos fuertes del hotel. Un cuidado jardín tropical donde no faltan los franchipanes, las orquídeas, los lirios, las gardenias y hasta mangos. Según me contó Raphael, el gerente, el jardín va a ser rediseñado próximamente para introducir algunas mejoras.
Me gustan los hoteles donde te dan la llave en la mano, se ha generalizado el uso de tarjetas magnéticas cuando lo que más valoro es el contacto con la gente. Se establece una relación diferente cuando un recepcionista te entrega la llave, mirándote a los ojos, y te dice Sabaidee! —hola en laosiano—, además recuerda para el resto de tu estancia el número de habitación y ya tiene la llave lista cuando te ve asomar por la puerta. Me asignaron una habitación de las que hay alrededor de la piscina, un perfume ligeramente mentolado me recibió al abrir la puerta. El ventilador en el techo y la mosquitera como dosel contribuían a crear el ambiente colonial de las habitaciones que hemos visto en las películas dedicadas a Indochina.
El restaurante, llamado Le Vetiver, está situado al aire libre, sobre suelo de madera. Sirven, principalmente, comida tradicional laosiana. En Sindad, de ambiente más informal, hacen barbacoas junto a la piscina, tanto de carne como de pescados del Mekong. El bar está dedicado a Henri Mouhot, el naturalista francés que redescubrió Angkor y enfermó de malaria en Luang Prabang. Nos dicen en Villa Maly que allí no hay que preocuparse de la malaria. Además, tienen un montón de quinina (tónica) tras la barra. La estancia en el hotel no puede finalizar sin un paso por el Spa, para probar alguno de los tratamientos de masaje laosiano.
Texto: Rafa Pérez / Fotos: Òscar Domínguez y Rafa Pérez
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