En el suroeste de El Salvador hay una ciudad llamada Sonsonate. Sus habitantes hacen bromas llamándola Cincinnati, por la parecida sonoridad de su nombre con el de la ciudad estadounidense. Su nombre real, sin embargo, procede de una cultura mucho más antigua: la pipil. El nombre deriva de Censonatl o Tzentzun, que en legua náhuat —hablada por estos antiguos pobladores— significa «cuatrocientas aguas«, aludiendo a la riqueza de este elemento en la comarca donde se encuentra.




Fue fundada por Pedro de Alvarado en 1524 y tuvo su era dorada gracias al cultivo del cacao. Hoy en día el progreso procede de otro producto: el café. Además, la ganadería también es muy importante.
Se trata de una ciudad muy vital, como se evidencia tras unos minutos paseando por sus bulliciosas calles, llenas de paradas de fruta, ropa, herramientas y casi cualquier cosa que uno pueda necesitar. Los omnipresentes buses pintados de vivos colores —que proceden de la reutilización de los buses escolares amarillos de EEUU— se abren paso entre los peatones a golpe de claxon.




Sonsonate es una buena base para explorar la sierra Apaneca y sus preciosos pueblos coloniales, que se extienden hacia el suroeste. Se trata de una zona de plantaciones cafetaleras salpicadas de pueblos donde la vida transcurre a cámara lenta. Uno de los más agradables es Juayúa, cuyo nombre es difícil de batir en belleza: significa “río de orquídeas moradas” en lengua náhuat. Destaca su plaza principal, donde los ancianos acuden a conversar mientras sus nietos compran raspados de hielo con caramelo de vivos colores a algún vendedor ambulante. La plaza está presidida por la iglesia de Santa Lucía, famosa por alojar el Cristo Negro, tallado por el escultor español Quirino Castaño en siglo XVI.



Algo más al oeste se encuentra Concepción de Ataco, que con sus calles empedradas y su ambiente especialmente tranquilo es otro pueblo muy destacable. Últimamente, algunas fachadas se han llenado de color gracias a vistosos murales que las decoran. Este tipo de murales, que representan escenas de la vida tradicional de la sierra, también se observan en la vecina localidad de Ahuachapán, más dinámica por encontrarse cerca de la carretera principal. Naturaleza, arte y tradición se mezclan para hacer que esta parte del país centroamericano sea una de las que deje mejor y más indeleble huella en nuestra memoria.
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