Ser guía de viajes, fotógrafo especializado en turismo y gastronomía, redactor de guías o bloguero profesional son, seguramente, algunos de los trabajos más deseados y soñados por los apasionados de los viajes que empiezan su carrera en el mundo laboral. ¿O no es así?
El plan no suena mal, porque ¿a quién no le atrae la idea de viajar con los gastos pagados? ¿O comer en buenos restaurantes todo el día? ¿O disfrutar de parques naturales remotos, sabiendo que la experiencia luego va a ser útil para otros, escrita, difundida… y encima pagada? Creo que son sueños que casi todos los que amamos los viajes hemos tenido alguna vez, pero…
No es lo mismo
Lo cierto es que esta ensoñación parte dos premisas erróneas: Una, que los trabajos están bien pagados (o al menos pagados). Dos, que se disfrutan como si fueran viajes de placer, al ritmo que uno desea, como si viajáramos por nuestra cuenta. Y ahí está el error… Nada más lejos de la realidad.
Lo de llorar no va conmigo, pero tampoco pintar el mundo como si fuera de color de rosas. Por eso, tras escribir el artículo sobre consejos para ir de safari en África y después de recibir mensajes de viajeros que comentaban que ser guía de viaje tenía que ser “la leche”, me he decidido a describir un día normal de trabajo de un guía. Cuando escribo pienso en mis jornadas acontecidas en África, como guía de safaris, pero la experiencia debe de ser bastante extrapolable a otros lugares y situaciones.
Debes hacer de padre y madre, a la vez que de policía. Debes mostrar ilusión y pasión, sin tener momentos de desfallecimiento o preocupación. Debes escuchar y comprender, y a la vez, imponer tu criterio. Y estoy seguro de que al final uno acaba liderando el grupo de manera marcial, por antibelicista que se sea.
Día D. Arranca la jornada.
Empiezas como un Soldado. Madrugas. Para ser más exacto, madrugas mucho. El primero, normalmente media hora antes que el resto. Ducha. Despierta a todos los viajeros, uno por uno para que no se te quede ninguno dormido. Objetivo: que a las 6:00h, según el día, estén todos desayunando. Mientras, bajas a verificar que el cocinero ya esté con la comida a punto, o casi.
Modo Cabo. Ya das tus primeras órdenes. Objetivo: a las 6:45h hay que estar saliendo, aseados, meados, y, por favor, sin dejarse nada en la habitación ni llevarse las llaves… y por más que lo intentas, alguno se te retrasa.
A las barricadas. Modo Sargento. Divide tu brigada. Envías al cocinero y su ayudante a hacer la compra a un lugar X, con dinero que solo tú llevas y controlas. (Ni lo pierdas ni que te falte al final del viaje, si no quieres tener problemas). Por tu parte, pagas las entradas y visitas con tu grupo la atracción Y (llámese parque natural, museo, ciudad…). En el reagrupamiento, tus compañeros de brigada te tienen que presentar las facturas y el cambio que, por supuesto, más tarde debe ser contabilizado.
Llega el momento del desfile inicial. O lo que se viene a llamar lucirse: en el parque (a modo de ejemplo) el guía aporta información sobre lo que se va encontrando (flora, fauna, geología…). Debe explicar y responder a todo tipo (de verdad, todo tipo) de preguntas. A la vez, el guía se comunica con el conductor, le indica si parar o seguir. Es el nexo de unión entre las posibilidades que el conductor y el parque ofrecen y los deseos del grupo, que no siempre entiende que el guía no pueda conseguir lo que éste solicita. Es más, el guía es la vista y oído del grupo: debe observar y escuchar para adaptar la ruta en lo posible a su gusto. Y cuando el grupo es grande, no es fácil satisfacer a todos. Las tensiones aflorarán antes o después.
Disfruta de la comida
Modo Brigada. Acaba la mañana. Hay que salir del parque a comer al punto de encuentro, a una hora exacta: la que se ha acordado previamente con el cocinero. Toca ser inflexible, la prioridad en un grupo es cumplir horarios y realizar las visitas programadas: una hora de la comida, nada de sobremesas. Por supuesto el guía, volviendo a modo soldado, ayuda a montar la mesa y, en ocasiones, si hay retraso, se remanga para echar una mano también al cocinero. No sólo eso: debe comprobar que esté todo correcto: agua, tenedores, servilletas, etc. Y, aunque parece una tontería, revisar el orden en que se han puesto las cosas en la mesa (tipo bufet) para que siga un orden lógico, al menos, para nuestros viajeros.
Entra el Subteniente en juego. Se come poco y mal: hay que acabar el primero para ayudar a recoger y marcar los tiempos, mientras se planifica con el conductor la ruta (paradas para gasolina, descansos, servicios) y se empuja a la gente dentro del vehículo. Llega el momento de la instrucción, o lo que viene a ser contar historias: del país o zona que se visita, de su historia, geografía, política… hay que lucirse para el ascenso: aquí es donde un buen guía, conocedor de un país, se la juega. Y si el trayecto es largo, hay que sacar las dotes de animador: contar anécdotas viajeras, proponer juegos, fomentar el entretenimiento. No sólo hay que ser un experto, también un dinamizador. Y por supuesto, un psicólogo grupal: en algún momento surgirán piques y roces entre pasajeros. Hay que cortarlos de raíz y ponerles solución. Al igual que a las críticas y quejas sin fundamento.
Ir siempre por delante, muy por delante
Como buen estratega, en todo momento hay que ir mentalmente varias horas por delante. En ruta hay que llamar al alojamiento donde se dormirá o al restaurante para reconfirmar nuestra reserva y número de pasajeros. También si hay servicios contratados a la mañana siguiente para confirmar el servicio y las horas. Nada puede quedar en el aire, hay que reconfirmar. Guía precavido vale por dos.
Por supuesto, por cansado que se esté, nada de siestas. El guía está de trabajo, nada de descansos. Es parte de la actitud: no basta con ser currante, ameno, divertido y simpático. También hay que ser el más tranquilo, pase lo que pase. Como las azafatas en un vuelo: si se muestran nerviosas, el pasaje entra en pánico seguro. Pues igual: paradas por posibles averías; o controles policiales; overbooking… ¡no pasa nada! Con todo, el guía sólo intervendrá si la cosa se ha puesto mal. En esos momentos se activa el modo Alférez: si hay que llamar a una grúa, vehículos de reemplazo, cambios de hotel, etc. Es decir, tomar las decisiones que permitan que los viajeros lleguen sanos y salvos y a tiempo a los lugares que están en el programa.
Por fin en el hotel
A lo Teniente se llega al hotel. Mientras los viajeros desfilan con sus maletas hacia la recepción, el guía registra el grupo y asigna habitaciones. Informa de la hora de la cena y, según el lugar, revisa las habitaciones con los clientes, comprobando cosas como que el agua sale caliente o similares: una pequeña inversión en menos reclamaciones y reproches que posteriormente puedan generar malestar.
A estas alturas aún no se puede bajar la guardia. Mientras le gente se ducha, descansa o pasea, el guía soluciona las reclamaciones que pueda haber (falta una toalla, el mando de una TV no tiene pilas, un viajero no tiene adaptador…). Paga el hotel. Estudia y acuerda la ruta del día siguiente con el conductor. Contabiliza los gastos del día y hace la previsión de pagos del día siguiente, para tener el dinero a mano y preparado.
¿Una cena relajada?
El modo Capitán aparece a la hora de la cena: se revisa todo antes de que lleguen los viajeros, repasando lo previamente acordado con el cocinero: que la mesa esté puesta; que haya suficiente comida; alimentos especiales si hay enfermos; platos separados para alérgicos y cosas así. Como es lógico, aunque se cene pronto, a esas horas el guía ya suele estar exhausto. En todo el día apenas ha tenido un minuto de desconexión.
Sin embargo, durante la cena, ya en modo Comandante, puede cantar victoria y disfrutar lo que las fuerzas y reservas permitan. Salvo para explicar la ruta del día siguiente (la hora de despertar, la ruta, los tiempos o consejos de cosas que deben llevar a mano, lo que no hay que olvidar, etc.), el guía es un viajero más. Cena, sobremesa, cigarrito, relax… a esas horas la misión ha sido cumplida, de una forma u otra, pero con la tranquilidad de que el día está cerca de su fin.
Cuando los viajeros se baten en retirada, es el momento de recordar los horarios al conductor y cocinero para el día siguiente, momento en que se puede dar por concluido el día. La cama espera para un guía ya en formato General comodón pero derrotado.
Arranca un nuevo día
Apenas cinco o seis horas después arranca un nuevo día. Otro en el que cruzas los dedos para que no se rompa nada en el vehículo, para que nadie se ponga enfermo, para que los servicios que has contratado estén a la hora prevista en el lugar previsto. Todo puede fallar. Pero ese es el verdadero trabajo del guía: hacer que, cuando surja un problema, haya una solución. Trabajar para que otros disfruten.
Disfrutar del viaje en sí ya es otra historia bien diferente.
Muy buenos ejercicios
Me ha encantado el post. Y mira que no he ido más que a un viaje organizado, pero “lidiar” con tanta gente y tan diferente es digno de elogio. Chapeau!
Saludos! 🙂
Fantástico articulo pero no me has convencido, me gustaría ser guía de viajes en África aunque sea una temporada. Será un rollo cuando lleves años haciéndolo pero al principio me sigue pareciendo genial
hermoso bellesimo el paisaje y todo
ojala q DIOS m conseda un regalo d guia turistico d llevere como el d africa
Soy guía y redactor de viajes y no puedo estar más de acuerdo con este artículo. Bien escrito y fiel a la realidad. Aún así es uno de los trabajos más gratificantes que conozco.
Bueno camaradas mi aporte como guía es dejar la cancha rayada a los turistas sobretodo con el itinerario. Lo mas difícil es tener paciencia con aquellos turistas que siendo mayores actúan si fueran niños. Jamás se puede complacer a todos. Uno de mis aportes que yo sugeriría es hacer del grupo una familia no importa el color o la forma de la bandera, eso casi siempre me funciona y sale bien de principio a fin. Buena suerte a todos gracias por el artículo. Dios los bendiga a todos.