Hay un proverbio chino, del que se pueden encontrar diferentes adaptaciones, que dice más o menos así: Si quieres ser feliz unas horas, emborráchate; si quieres ser feliz unos días, mata a tu cerdo; si quieres ser feliz un año, cásate; si quieres ser feliz toda la vida, hazte jardinero. Blasco Ibáñez dijo que el pueblo japonés ama las flores como ninguno y adora con fervor poeta los esplendores primaverales de la naturaleza. Rudyard Kypling, en su libro Viaje al Japón, dejó escrito que el catálogo de un subastador sería insuficiente para describir los encantos de un jardín japonés. Árboles de té, enebros, pinos enanos, cerezos, cedros, arces, pino japonés, estanques con carpas, puentes, linternas de piedra, césped aterciopelado, pequeños cursos de agua, grava rastrillada con infinita paciencia y perfección de desfile norcoreano; hay algo musical en el rastrillar de los jardineros, como si fueran compositores de una sinfonía perfecta en la que no puede quedar una sola nota, un solo guijarro, fuera de lugar. Todo puesto al servicio de la contemplación.
En un jardín japonés, el espacio, el diseño sutil, la sensación de frescor o la serenidad que transmite son cosas tan importantes como el riego. Cuando en Japón nos enfrentamos a uno de estos espacios contemplativos es fácil adivinar la disciplina, el respeto, la admiración por la belleza y, también, un punto obsesivo; valores presentes en la sociedad japonesa. Nobuhiko Kobayashi tiene 54 años y lleva 24 años trabajando como jardinero en el Museo de Arte Adachi, los últimos como jefe de jardineros. Madruga mucho, antes de que el sol se desperece ya está con sus herramientas en la mano. De 8 a 9 de la mañana le hacen compañía todos los trabajadores del museo, desde la recepcionista al director. Durante esa hora todo el mundo trabaja en la limpieza del jardín. Takanori Adachi, el director del museo, todavía paseará un rato más con el jefe de jardineros para ver qué zonas necesitan un trabajo especial. Miran desde todos los ángulos posibles y si un árbol o una planta no alcanzan la perfección, lo sustituyen. Una vez al año se lava a mano toda la grava —de color blanco— del jardín y, en ocasiones, cortan alguna brizna de hierba con pequeñas tijeras de manicura.
Adachi ha estado en las primeras posiciones de la lista de los mejores jardines del país durante los últimos años. No es un dato baladí, hay más de 10.000 jardines en Japón. Cuando entras en el Museo de Arte Adachi no diferencias si estás en un jardín o en una pinacoteca: no se puede entender un espacio sin el otro.
Zenko Adachi, el fundador del Museo de Arte Adachi, pensaba que un jardín japonés tenía que ser como una pintura viva. Todas las salas del espacio expositivo tienen enormes ventanales que simulan ser obras pictóricas paisajísticas que se transforman, que evolucionan con el paso de las estaciones. Estas ventanas, estos cuadros, alcanzan la categoría de obra maestra durante el Hanami, la floración en primavera, especialmente de los cerezos, y el Momiji, el enrojecimiento de las hojas en otoño.
La temática de las pinturas expuestas también va cambiando según la estación del año, los enormes murales con los colores rojizos del otoño dejarán paso al monte Fuji con el sol dorado, símbolo de nueva fortuna en el Año Nuevo. Luego vendrán las pinturas con los cerezos en flor y las más luminosas para el verano.
El jardín de Yuushien, en la isla de Daikonshima, está entre los más visitados del país. Azaleas, peonias, rododendros, camelias y lilas de agua se turnan durante al año para no dejar ningún hueco al azar en el jardín. Su particularidad más destacada es que está iluminado por la noche. En estos meses de otoño hay un espectáculo de luces. Lejos de ser una horterada para turistas, no encontré nada estridente ni, por supuesto, azaroso en el ritmo de la luz: colores complementarios, formas, todo respondiendo a la idea que los japoneses tienen de la armonía. La luz te envuelve, va cambiando de tono y de color, deja zonas en sombra para luego iluminarlas progresivamente.
Tras la gran crisis económica que sufrió el país, en la década de los ochenta del siglo pasado, se volvió a adquirir conciencia de la naturaleza y de los beneficios que el medio natural aporta. De esos años nació el concepto del shinrin-yoku o baños de bosque: más paseos para contemplar la naturaleza y menos Prozac. Centros dependientes de la Agencia Forestal Japonesa están facultados para recetar estos “baños” consistentes en pequeños paseos de un par de horas a la semana en un entorno natural —dos terceras partes del país están cubiertas por bosques—. Se realizan una serie de ejercicios supervisados por monitores. El primero de ellos, desconectar el móvil. Luego se aprende cómo respirar correctamente, a fijarse en detalles como los colores y las formas de los árboles, a escuchar el canto de los pájaros o el rumor de las hojas al ser movidas por el viento, te animan a recoger hojas, olerlas y sentir su tacto. En definitiva, a ser parte del lugar. Los beneficios de la terapia son asombrosos: baja la presión sanguínea, el nivel de glucosa, se estabiliza la zona nerviosa autónoma y se reducen los niveles de cortisol, el indicador del estrés. Los mismos efectos produce la visita a un jardín japonés. Estos espacios adquieren incluso mayor importancia en las grandes ciudades, donde el cemento ha frenado justo a las puertas de los grandes jardines. Los jardineros también juegan con el paso del tiempo y su efecto sobre todos los elementos: el musgo que aparece sobre las rocas, la evolución de la fina carpintería, la erosión del agua que corre por un pequeño regato.
Ahora que el otoño se muestra con toda su brutal belleza, en un último y titánico esfuerzo que acabará con el alfombrado de los caminos con las hojas caídas, es un buen momento para visitar Japón para comprobar que todo el país es un enorme jardín y que todos los japoneses cuidan de él.
Cuando hice el Camino de Kumano vi gente barriendo los bosques y limpiando, también con escobas, los regatos de agua para que ninguna piedra, por pequeña que sea, interrumpiera el curso. Esa paciencia, esa trabajo conjunto, proviene de la época del Sakoku, la época de aislamiento del país. Cuentan que la obediencia a la autoridad, la responsabilidad colectiva, el deseo de hacer lo correcto y la disciplina salieron del miedo. En el museo Adachi contemplo las marinas y los paisajes de los grandes maestros del arte japonés. Las olas semejan pliegues de un vestido de seda y todos los elementos del paisaje guardan los mismos valores que el jardín que alcanzo a ver por una de las ventanas. Cuentan que en Japón los artistas con la mente en blanco alzaban la mirada y la naturaleza les proporcionaba motivos para el trazo del lápiz. Sentado en un banco me contagio de cierta melancolía. Bien podría ser por el otoño, pero apunta más al fiel espejo que es un jardín japonés, que siempre devuelve la mirada del inexorable paso del tiempo.
Hola Rafa, me encantó este post( lo compartiré en mi página de Face!!), realmente el mantenimiento es uno de los pilares de cualquier jardín especialmente del jardín japonés.Había leído que en el Museo de Adachi no es extraño que los mismos empleados , recepcionistas , etc colaboren con el constante embellecimiento del jardín; de hecho leí hace tiempo un comentario de un visitante del museo,que asegura haber visto a la encargada de la cafetería del museo salir de su puesto un momento para recoger una hoja que había caído sobre la grava del jardín para recogerla y botarla, luego regresar como si nada a su puesto!
Yo personalmente me he dado cuenta por experiencia que el jardín japonés por su diseño requiere menor mantenimiento que otros pero de igual forma el jardín japonés es muy agradecido ya que el tiempo que inviertas en el se ve exponencialmente reflejado en su apariencia.
Como dato adicional el jardín japonés del museo de Adachi es un claro ejemplo de lo que en el diseño de jardines estilo japonés se conoce como Shakkei (借景), “Escena prestada” el cual es un elemento mas de composición,que es cuándo en el diseño del jardín se aprovecha por así decirlo de los paisajes circundantes como la copas de los arboles detrás de una valla o elementos como montañas o rocas en la lejanía como es el caso , elementos que se suman al jardín propiamente como parte de su diseño original y sirven para agrandar la escala visual.
También el disfrutar de un bello jardín japonés es sin duda un placer que todos alguna vez deberíamos darnos ese lujo, pero el trabajar en el mantenimiento o construcción de uno de ellos es una experiencia realmente inolvidable.
saludos!!
Alberto, muchas gracias por este comentario tan interesante.
Saludos 🙂