Nunca está de más saber de dónde vienen las cosas. Resulta un ejercicio muy saludable. Los expertos aseguran que ayuda a entenderlas, a situarlas, a valorarlas o a relativizarlas. Y algunos atrevidos incluso aseguran que esta práctica tiene que ver con la libertad. Quién sabe, pero el caso es que respecto a la Navidad resulta interesante constatar que ya la celebrábamos bastante antes de que se conociese con este nombre.
Los antiguos romanos celebraban la fiesta del solsticio de invierno como el nacimiento del Sol Invicto (Dies Natalis Solis Invicti), del sol que a partir de entonces volvía a alargar los días y a acortar la oscuridad; el sol que debía asegurar cosechas y el renacimiento de la vida adormecida por el invierno. Se trataba de una festividad asociada al nacimiento del dios Apolo como dios solar Helio. La tradición de hacerse regalos también viene de entonces. Concretamente de las Saturnales, otra de las fiestas vinculadas al solsticio de invierno, durante las cuales las familias se visitaban y compartían regalos.
En el siglo XII, el obispo sirio Jacob Bar-Saliba explica la adopción cristiana de esta fiesta pagana: “Era costumbre pagana celebrar el mismo 25 de diciembre el cumpleaños del Sol, durante el cual se encendían velas en señal de festividad. Los cristianos también tomaban parte de estas solemnidades y celebraciones. Parece que cuando los doctores de la Iglesia vieron que esta festividad era del gusto de los cristianos, decidieron que la verdadera celebración del Nacimiento tenía que celebrarse ese día”.
Los pesebres vivientes llegaron más tarde, en la Edad Media. Cuentan que fue San Francisco de Asís quien realizó la primera representación popular del nacimiento con personas, la primera escenificación viva del pesebre. En Greccio, en una pobre gruta en medio del bosque, la noche de Navidad de 1223, Francisco de Asís ofició la misa acompañado del nacimiento: doce campesinos, un pequeño burro y un buey. Asistieron la gente del pueblo y los habitantes del castillo, que llevaban antorchas encendidas.
En Cataluña existe una larga tradición de pesebres vivientes que se remonta al siglo XIV. Hay noticias de una representación en la Seo de Barcelona la Navidad de 1327. Entre los actuales, uno de los más destacados es, sin duda, el que se celebra en Sant Guim de la Plana. Se trata de un pequeño pueblo de la comarca de la Segarra, en la provincia de Lleida, que apenas cuenta con un centenar de habitantes pero que ha mantenido muy bien conservada su estructura urbana de origen medieval.
Se organizó por primera vez en 1983 y actualmente cuenta con la participación de más de trescientas personas que prepararan más de una treintena de escenas. Curiosamente, de todas ellas sólo una guarda relación directa con la historia bíblica, la del Nacimiento. El pesebre de Sant Guim se ha orientado a mostrar escenas relacionadas con el mundo rural y sus antiguos oficios, muchos de ellos desaparecidos. De hecho, se trata de un excelente ejemplo de cómo un acontecimiento de carácter religioso se convierte en una celebración cultural, que trasciende esta primera dimensión para convertirse en una fiesta de solidaridades vecinales y de reivindicación de identidades, en este caso, la rural y la de la Segarra.
En estos momentos de involuciones democráticas que estamos viviendo, no puedo dejar de pensar en una de las dificultades más serias a las que se ha tenido que enfrentar el pesebre de Sant Guim. Además de los rigores invernales, sus organizadores han superado el conflicto con un alcalde que intentó prohibirlo y llegó a enviar a los Mossos d’Esquadra. Entre los titulares de la prensa recuerdo el de “¡Detengan este pesebre!“. Sensacional.
Este año, el pesebre cuenta con un ingrediente especial. La editorial Arola Editors acaba de publicar un volumen dedicado al pesebre de Sant Guim, con textos de Ferran Baile y fotografías de un servidor.
El libro forma parte de la colección Post Festum, especializada en fiestas tradicionales y puede adquirirse en Sant Guim, durante las representaciones, o a través del web de la editorial.
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