Hay algunos paisajes de Tenerife que recuerdan a Islandia, Hawái o Reunión. Pero así como en esas alejadas y soñadas islas el carácter volcánico lleva el mayor peso de la imagen que proyectan, la cara más visible de Tenerife está todavía demasiado ligada a un bote de bronceador y una toalla.
El problema de Tenerife es que es una isla demasiado cercana para que nos resulte exótica. Apenas a dos o tres horas de vuelo desde la Península tenemos modos ancestrales de desplazamiento, delfines junto a tu kayak, rutas de senderismo en las que entras en las nubes, repostería volcánica, un vino con más cosas que decir cada día, flores que mueren de belleza, valles donde se refugia el arcoíris, barrancos vertiginosos, ingeniosos sistemas de recolección de agua, telescopios solares, ciudades que sirvieron de modelo a las coloniales de América. Pero claro, por delante está la playa, siempre la playa y ese “en Canarias buen tiempo”, la coletilla con la que siempre cerraba el parte meteorológico el hombre del tiempo. Mientras que en el sur de la isla el sol está casi garantizado, en otras partes se asienta durante largos periodos del año la panza de burro, esa nube que llega empujada por los alisios y que va dejando poco a poco la lluvia horizontal que tan bien le sienta a la laurisilva de Anaga.
Aunque en Tenerife ha habido volcanes desde el principio, hace tan solo unos pocos años que se planteó desarrollar cinco rutas para conocer la otra cara de la isla: la de los Grandes Desplazamientos por los valles de La Orotava y Güimar, con miradores tan espectaculares como el de Humboldt o la Crucita, desde donde sale una preciosa ruta senderista; la de la Dorsal de Abeque entre Vilaflor e Icod de los Vinos; la de las Erupciones Explosivas que recorre el Roque de Jama, Montaña Chiñama y el volcán de Montaña Roja; la de los Volcanes Históricos con zonas como la de Siete Fuentes, los volcanes Arafo y Chinyero, incluyendo miradores como el de las Narices del Teide, Garachico y Ucanca; y la ruta del Macizo Antiguo que pasa por los paleoacantilados de La Culata, el volcán de la montaña de Taco-Buenavista, el barranco de Masca o el espectacular acantilado de Los Gigantes. En mi último viaje a Tenerife hice un recorrido por algunos de los principales puntos dentro de las rutas volcánicas.
Cerca de Icod de los Vinos está la Cueva del Viento, la quinta mayor del mundo en terreno volcánico. Si tenemos en cuenta que las otras cuatro están en Hawái, se puede considerar un privilegio tener esa joya geológica en nuestro propio país.
La cueva se formó hace 27.000 años como producto de las primeras erupciones del Pico Viejo. El recorrido se hace en grupos de un máximo de catorce personas y está limitado el número de visitas diarias. Para preservar las características de la cueva y de las más de 190 especies animales, invertebrados en su mayoría, no hay luz artificial instalada en el interior de la misma, por lo que proveen de frontales a los visitantes. Uno de los momentos más impresionantes de la visita es cuando te invitan a apagar el frontal y a quedarte unos segundos en silencio.
Desde allí puse Rumbo a Garachico. La ciudad fue la más importante de Tenerife poco después de la conquista de la isla. De su puerto partía vino hacia América. Una erupción volcánica en el siglo XVII relegó a Garachico a pequeño puerto de pescadores. Las coladas de lava fueron las responsables de la formación de las piscinas naturales de El Caletón. De Garachico me fui a visitar la conocida pastelería El Aderno, en Buenavista del Norte, que se ha convertido en la referencia de importantes restauradores a la hora de llevar los postres a sus mesas. De hacer caso a la vista, el empacho hubiera sido importante. El sentido común hizo que me conformara con probar un pedacito de las mousse de mojito, la llamada Teide y una muy curiosa que llevaba peta-zetas.
Para compensar tocó caminar un rato, desde el albergue de Bolico hasta una de las antiguas galerías donde recogían el agua, ingeniosos sistemas de almacenamiento por filtración. La que visité se cree que puede tener la salida en las Cañadas del Teide, a muchos kilómetros de distancia. La galería está dentro del Parque Rural de Teno, que rodea el macizo homónimo. Es la parte de la isla en que la carretera da más tumbos para salvar los diferentes accidentes geográficos. Había una buena ración de curvas por delante hasta llegar al mirador de Baracán. Desde allí, las vistas del valle de El Palmar eran espectaculares. Tenía una cita Damián Acosta, que llegó armado con una lanza de madera acabada en punta metálica, fue saltando y cayendo desde enormes rocas como si bajara escalones. Gracias a gente como Damián, el tradicional salto de pastor como método de desplazamiento sigue vivo.
La siguiente parada de la ruta iba a ser en Masca, uno de mis paisajes preferidos en la isla. La localidad, si se puede llamar así a las cuatro viviendas que forman el caserío, está encajada en pura roca volcánica con el telón de fondo del mar. Hay una ruta que baja por el barranco de Masca hasta el mar. Una vez allí, tienes dos opciones: volver sobre tus pasos en un durísimo ascenso o que te recoja un kayak y llegues remando hasta Los Gigantes. Yo opté por una tercera, llegar en vehículo hasta la zona del acantilado de Los Gigantes y montar allí en el kayak para remar en paralelo al acantilado hasta la entrada del barranco de Masca. Una vez allí, subí al barco de apoyo para ir a avistar cetáceos. Hubo suerte con el delfín mular. Varios ejemplares, con alguna cría, pasaron varias veces por debajo de la embarcación y nos acompañaron con sus alegres saltos durante buena parte de la navegación.
El punto final a ese intenso día lo puso la visita al centro alfarero del barrio de Arguayo, donde se exhibe una muestra de cerámica tradicional guanche y se trabaja en la recuperación de esa forma de moldear el barro.
Al día siguiente tocó visitar el Teide. Qué hermosa perfección cónica la del techo de nuestro país. Hay volcanes toscos, brutos, de dispares formas. Pero el Teide es el dibujo que haría un niño de un volcán. En mis primeras visitas a Tenerife, el Teide no era más que el recuerdo de una imagen en el libro de Ciencias Naturales, con el pie de foto indicando que era el pico más alto de España. Ahora tocaba enfrentarse a él, llegar hasta los 3.718 metros de su cumbre. El primer tramo lo hice con el teleférico, que te deja a 3.555 metros. Desde ese punto, toca caminar despacio porque a esa altura cada paso cuesta. Conviene tener en cuanta que, por medidas de conservación, para acceder a la cumbre por el sendero Telesforo Bravo hay que contar con autorización del parque. Se puede solicitar online, donde te darán día y hora para el ascenso.
Del Teide y de las Cañadas han hablado mucho a lo largo de los años. Julio Llamazares se refirió a la montaña como la Catedral de los Volcanes, André Breton dijo que el pico del Teide estaba hecho de los destellos del pequeño puñal de juguete que las bellas mujeres de Toledo guardan en su pecho día y noche. Casi nada. Incluso en la primera versión de Tintín en el Congo, en blanco y negro, Tintín le muestra el Teide a Milú. Fue la única vez que España apareció en sus aventuras.
Humboldt quiso visitar el Teide desde el momento en que George Foster le dijo que la visita a Tenerife había sido tan interesante como su estancia en Tahití. Cuando el naturalista alemán desembarcó en la isla dijo: “El Pico no se nos hizo visible más que durante unos minutos, cuando ya estábamos en el muelle de Santa Cruz. Pero estos minutos procuraron una visión grandiosa y sorprendente. […] La mañana era gris y húmeda […], cuando de pronto la nube se rasgó y a través de la abertura apareció el cielo con su azul adorable. Y en medio del azul, como si no formase parte de la tierra […], se nos apareció el pico del Teide en toda su majestad”.
Muchos de los visitantes que llegan a las Cañadas del Teide en un bus, lo hacen poco más que para retratar los roques de García recordando que tuvo su lugar en el billete de mil pesetas, y regresan a sus hoteles. Es obvio que hay que disfrutar del Teide y del paisaje de las cañadas a la luz del día, pero también hay que intentar volver por la noche, mejor cuando haya Luna Nueva. Y mejor aún entre mayo y junio, cuando el tajinaste está en su intenso aunque breve esplendor. Ver la Vía Láctea allí es absolutamente sobrecogedor. Ya de día, esto sí tiene que ser de día, se puede completar la experiencia con una visita guiada al observatorio de Izaña, para ver cómo funciona una cámara térmica y observar las manchas y las tormentas solares que se producen en el Sol.
Nos habíamos quedado ascendiendo a la cumbre del volcán. Uno de los lujos con los que conté en el viaje fue la compañía de David Calvo, vulcanólogo del ITER (Instituto Tecnológico de Energías Renovables). Pedí a David que me soltara una perla para el artículo y esto fue lo que me contó: “Hay probabilidades de que en los próximos cincuenta años haya una erupción en el archipiélago canario”. Ya hace más de un siglo de la del Chinyero y cuarenta años de la del Teneguía, por lo que están al borde de la media que les corresponde. Tras un paseo por la cumbre, caminamos por el sendero que llega hasta el inicio de una de las rutas más exigentes de la isla, el descenso a Pico Viejo. Pero en su lugar nos desplazamos hasta el mirador de La Crucita para hacer el sendero a la Caldera de Pedro Gil, pasando por el volcán Arenas Negras hasta llegar hasta al pueblo de Arafo. El primer tramo de la ruta lo hicimos por la pista, ya que el sendero estrecho que cae a plomo por el interior de la montaña estaba dañado por las recientes lluvias. Bosque de pino canario, cenizas volcánicas y lapilli, algún que otro tajinaste y el mar de nubes, formaron el camino hasta las proximidades de Arafo, cuando la cercanía del mar anunciaba el final de las más de tres horas de descenso.
Otra de las interesantes actividades que se pueden hacer es la de recorrer los paisajes volcánicos a lomos de una bicicleta de montaña. Tuve ocasión de hacer un descenso de 17 kilómetros en dirección al volcán Chinyero. La ruta tuvo de todo: sol, lluvia, niebla al adentrarnos en el mar de nubes, lavas negras de la erupción del Teide, y un precioso bosque en el último tramo completamente alfombrado de flores amarillas.
Renerife me encanta, cuanto mas tiempo llevo aquí, más ganas tengo de quedarme!
Soy de Tenerife y me parece un muy buen post. Da a conocer otra parte de Tenerife (diferente al sol y playa) que los turistas no suelen visitar y que merece la pena visitar. Felicidades y un saludo.
Muchas gracias, David. Tenerife es una isla maravillosa 😉
Un saludo.
Precioso el artículo, Rafa. Sobretodo porque cuentas el “otro lado” de la isla y al que todos deberíamos conocer y disfrutar. Un abrazo!
Muchas gracias, Marisa.