En la Marktplatz de Düsseldorf está la estatua ecuestre de Jan Wellem, un monarca de refinado gusto artístico que bajo el amparo de su corte dio trabajo a destacados pintores. Su segunda mujer, Ana María Luisa, fue la última de una extirpe de mecenas del arte, los Medici. La herencia de ella se quedó en Florencia; la gran colección de pinturas de Rubens de él, en la Pinacoteca Antigua de Múnich. Para la capital del estado de Renania del Norte-Westfalia dejaron fundada una Academia de Bellas Artes cuyo prestigio ha llegado hasta la actualidad. A lo largo de los años, el centro de estudios ha ido incorporando disciplinas como la fotografía —de sus aulas salió el conocido y controvertido fotógrafo Andreas Gursky— y las corrientes más contemporáneas del arte, para las que la ciudad cuenta con tres grandes museos: el Kuntspalast, el K20 y su filial K21.
Se dice del K21 que alguna de las obras, que no necesariamente cuelgan de sus paredes —el suelo y el techo también cuentan como espacio expositivo—, son tan recientes que todavía no se ha secado la pintura. Arte atrevido, incluso provocador, el más contemporáneo de todos. A la hora de acercarse a este tipo de obras siempre existen prejuicios, no siempre resulta fácil entrar en el subjetivo mundo de un artista para interpretar sus creaciones. A no ser que te dejen participar, pisar, caminar sobre la obra. Es el caso de In Orbit, del argentino Tomás Saraceno, una estructura suspendida a 25 metros sobre el suelo, bajo la bóveda de cristal del edificio, en la que es posible andar o tumbarse en un ejercicio de lucha contra el vértigo. Es una red tejida con cuerdas de seguridad y cables de acero, con varias esferas de PVC de gran tamaño. Disciplinas como la física, la aeronáutica o la aracnología han tenido influencia en la obra de Saraceno, a quien han llegado a comparar, por su faceta visionaria, con Julio Verne.
En Düsseldorf nacieron personajes como el poeta Heinrich Heine, el cineasta Wim Wenders o la modelo Claudia Schiffer. Nos quedamos con el poeta para llegar, por las escaleras que bajan desde la Burgplatz, hasta el paseo del Rin. Desde allí se ven la basílica de San Lamberto y la Schlossturn, el único vestigio en pie del antiguo castillo. La basílica es el templo más importante de la ciudad. Ante su puerta, recuerdo la respuesta de Heine cuando en cierta ocasión le preguntaron por qué ya no se construían catedrales como las esplendorosas góticas. Lo tenía muy claro: «Los hombres de aquellos tiempos tenían convicciones; nosotros, los modernos, no tenemos más que opiniones y para elevar una catedral gótica se necesita algo más que una opinión».
Otros de los edificios, vinculados al arte, que merece la pena visitar sin salir del centro son el Deutsch Oper am Rhein (ópera), el Shauspielhaus (teatro) y el Tonhalle (música).
El paseo por la rivera fluvial del Rin es una agradable manera de llegar hasta la Rheinturm (Torre del Rin). A 234 metros de altura encontramos un restaurante y un mirador desde donde se tienen vistas de 360º sobre la ciudad. Desde allí tendremos el primer contacto con el Medienhafen (Puerto de los Medios), un impresionante escaparate de arquitectura internacional y gran ejemplo de cómo acometer una renovación urbana. Cuando llegó el momento de modernizar la zona de viejos almacenes del puerto, en estado de abandono, la ciudad ofreció un lienzo en blanco a algunos de los arquitectos más importantes de la actualidad. Frank O. Gehry, David Chipperfield, Joe Coenen, Steven Holl, Claude Vasconi o Renzo Piano llenaron de vidrio, acero y color esa área rebautizada como Puerto de los Medios porque las primeras empresas que tomaron plaza fueron las de los grandes medios de comunicación estatales.
Entre los edificios destacan, por encima de otros, el Neuer Zollhof, donde el americano Frank O. Gehry nos muestra su curvilíneo planteamiento de la vida, o el Grand Bateau de Vasconi, inspirado en un transatlántico. De la otra orilla del puerto llega la nota de color: con una fachada inspirada en Mondrian y un gran trampolín rojo como techo tenemos el Colorium de William Alsop, hoy convertido en hotel, y el extravagante edificio vecino al que temporalmente le han descolgado los flossies, unos curiosos muñecos de colores que trepaban por la pared, para someterlos a un periodo de restauración. La ciudad no quiso que la condición portuaria quedara sepultada por la arquitectura moderna, así que protegió como monumentos históricos los muros del muelle, los bolardos, las grúas de carga y las barandillas de hierro forjado.
Para comer y beber, sobre todo beber, hay que acercarse de nuevo a la Markplatz y visitar el Et Kabüffke, inventores del tradicional Killepitsch, un licor dulce de hierbas producido en la ciudad y convertido casi en objeto de culto, especialmente durante los días de Carnaval. En el bar y su tienda anexa podemos encontrar desde botellas de diseño hasta lo más variopinto de la mercadotecnia. Si somos más clásicos siempre nos quedará la cerveza. La lógica dicta tomar una deliciosa Alt, la cerveza local que traducimos como vieja por su método tradicional de elaboración. Para ello podemos entrar en cualquiera de las más de 250 kneipen o cantinas que contribuyen a dar a una de las calles de la ciudad el apodo de «la barra de bar más larga del mundo» y acompañar la cerveza pidiendo Zwei Soleier, un par de huevos cocidos acompañados con mostaza, aceite, vinagre y pimienta: está mucho más rico de lo que pueda sugerir la mezcla de ingredientes.
Si nuestra visita coincide en época de carnaval la ciudad alcanza cotas de locura representada por los jecken (locos de la fiesta), que hacen suya otra de las frases de Heine: «La verdadera locura quizá no sea otra cosa que la sabiduría misma que, cansada de descubrir las vergüenzas del mundo, ha tomado la inteligente resolución de volverse loca».
Dónde dormir
25Hours Hotel Das Tour. Un hotel de ambiente muy joven y fresco, situado a muy poca distancia del aeropuerto. La decoración está inspirada en el mundo del ciclismo, especialmente del Tour de Francia. Sirven un excelente desayuno. A muy pocos metros del hotel hay una parada de tranvía que conecta, en escasos minutos, con el centro de Düsseldorf. Más información y reservas en la web del hotel.
Innside Düsseldorf Hafen. El hotel, gestionado por la cadena Melià, está situado en uno de los edificios más curiosos del Medienhafen, el Colorium, con la fachada de colores inspirada en la obra de Mondrian. Las vistas al puerto desde el restaurante The View, en la planta 16, son excepcionales. Más información y reservas en la web del hotel.
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