Honey from a weed, de Patience Gray, es un libro de cocina autobiográfico tan vigente hoy como cuando fue publicado hace más de tres décadas. En sus páginas, además de los ingredientes y tiempos de cocción de las recetas que fue recopilando en sus viajes por Cataluña, Italia o Grecia, se ve claramente reflejado el estilo de vida mediterráneo. Pese a estar escrito en inglés llama la atención uno de sus capítulos con el título en catalán Cantarem la vida, dedicado a los días que pasó en casa de Apel·les Fenosa y su mujer Nicole en El Vendrell. No se me ocurre mejor definición para lo que ocurrió en esta discreta capital de comarca, situada en el extremo oriental de la Costa Daurada, durante el tiempo que el matrimonio Fenosa habitó la casa del Portal del Pardo, hoy convertida en un museo dedicado al escultor: se cantó la vida. Sin estridencias, de manera sencilla, llenaron aquellos días con amistad, vino, largas conversaciones y puestas de sol.
El Vendrell vivió su época dorada personificada en cuatro figuras universales: Àngel Guimerà, Pau Casals, Andreu Nin y Apel·les Fenosa. En aquellos días las calles de la localidad estaban perfumadas, como escribió Josep Carner en uno de sus poemas, con una mezcla de olores de algarroba y vino joven (garrofa i vi novell). A partir de las cuatro de la madrugada se empezaba a escuchar el traqueteo y los chirridos de las ruedas de las tartanas de payeses y pescadores que se dirigían a trabajar, unos refunfuñando igual que esas ruedas faltas de aceite, otros cantando melódicas albades, unas canciones que solían tener una temática humorística y satírica.
¿Qué vieron estos cuatro personajes en El Vendrell? En el caso de Casals y Nin fue su lugar de nacimiento, aunque al catalán de la URSS se le quedó pequeña la localidad para el mundo que soñaba, el violoncelista siempre dijo que la playa de Sant Salvador era el lugar al que anhelaba volver tras sus largas giras por todo el mundo. Guimerà, de familia vendrellense de larga solera, nació en Tenerife porque su padre se había trasladado allí para trabajar en el comercio marítimo, pero siendo un niño regresó a la casa familiar conocida como Can Ximet. Un buen amigo del escritor, Lluís Via, dijo que Guimerà ya nunca perdió de vista esos lugares, atreviéndose a establecer un paralelismo entre las líneas armónicas del Arco de Berà y sus primeras tragedias, localizando la fuente de inspiración para la belleza de su poesía bíblica en la triste dulzura de las playas de Sant Salvador. Fenosa creaba frenéticamente en París pero soñaba con la luz del Mediterráneo; en El Vendrell se podía permitir cambiar el traje y la corbata por una camisa abierta y unas sencillas alpargatas. Es muy significativo el título de un libro que narra los días del matrimonio Fenosa en la capital del Baix Penedès, El Vendrell, playa de Montparnasse. Artistas e intelectuales buscaron aquí el equilibrio a la frenética vida en grandes ciudades como París y encontraron su refugio en un pequeño pueblo de calles adoquinadas, rodeado de viñas y olivos, tocado por la brisa y el salitre del mar que baña los barrios marítimos.
Los paseos por algunos de los paisajes más emblemáticos de la Costa Daurada formaron parte tanto de la formación intelectual como del bagaje emocional de Guimerà, Casals y Fenosa. Entre los sitios que siempre enseñaron con orgullo a sus amistades, además del Vendrell, están Siurana, las montañas de Prades, Escala Dei, Santes Creus, Poblet, Montblanc, Tarragona, el Mèdol y el Arco de Berà, entre otros. En sus mesas nunca faltaron los vinos del Penedès. Casals y Fenosa encontraron en la discreción y los valores del territorio el necesario reposo para cuerpo y alma, una fuente de inspiración y también un ameno lugar para el encuentro con toda la pléyade que formaba su grupo de amigos. No era extraño ver a Tristan Tzara, el padre del dadaísmo, sentado en uno de los bancos de La Rambla, a Joan Perucho comiendo en el restaurante Pi —hoy una perfumería— o a Enrique Granados pasear por la playa de Sant Salvador.
Andreu Nin es el único de los cuatro personajes que no tiene un espacio dedicado a su figura. De los otros tres podemos visitar las casas natales de Àngel Guimerà y Pau Casals, la Vil·la Casals en el barrio marítimo de Sant Salvador y el museo Apel·les Fenosa. A través de la visita a estos museos nos podemos acercar a la obra y a la influencia que tuvo el territorio en la capacidad creadora de todos ellos.
Àngel Guimerà
La primera noticia de un Guimerà en El Vendrell la tenemos en el registro de un matrimonio inscrito en el año 1605. La familia prosperó gracias al floreciente negocio del vino y el aguardiente del Penedès, dedicándose a uno de los oficios más arraigados en el pueblo, el de tonelero. De la playa de San Salvador salían polacras, bombardas, místicos y otros tipos de naves de vela cargadas de barricas. Agustí Guimerà, el padre del dramaturgo, salió en uno de esos barcos, al que le pesaban los años y los viajes, con un cargamento de vino en dirección a Canarias, en aquel entonces la puerta de entrada a las Américas. Aunque sabemos que Àngel Guimerà nació en Santa Cruz de Tenerife hay dudas sobre el año exacto porque sus padres no estaban casados en ese momento. Su primer contacto con el catalán, la lengua que tanta importancia tuvo en su vida, fue con los marineros que llegaban a la isla. El viaje de regreso a Cataluña no fue precisamente tranquilo, el temporal que les acompañó dejó una profunda huella en su memoria y Guimerà tuvo un pánico a navegar que le acompañó durante el resto de su vida. Pese a ello amaba la playa de Sant Salvador, donde su abuelo había comprado un solar. Le gustaban las celebraciones del pueblo, entre ellas la cabalgata de carnaval y la actuación de las coblas populares en los bailes de la Fiesta Mayor.
Del currículum de Guimerà hay sobrada constancia: autor de destacadas obras teatrales, fue director de La Renaixença durante 25 años —la revista se imprimió seis meses en la imprenta vendrellense Ramon— y tuvo un papel destacado en los Juegos Florales durante toda su vida, en los que obtuvo la distinción de Mestre en Gai Saber en 1877. Entre 1906 y 1922 presentaron su candidatura al Nobel de Literatura, pero nunca lo obtuvo. Eso no ha sido impedimento para que Terra Baixa sea la obra teatral más representada y traducida de la lengua catalana. Los escenarios de Terra Baixa no están identificados, pero son perfectamente reconocibles los paisajes rurales de la Costa Daurada que le eran tan familiares. El Vendrell, como patio de juegos en su niñez, siempre permaneció en su memoria: «Y si la sangre no me hablara tan fuerte como me habla, me lo gritarían los recuerdos de infancia de esta villa que nunca se han borrado… Todos los compañeros de estudios en el carrer Nou o en el torrente jugando al rescate o tirando piedras», dijo el autor en cierta ocasión.
Andreu Nin
A finales de mayo de 1909, El Vendrell rindió un sentido homenaje a Àngel Guimerà, nombrándolo Hijo Predilecto. Por el libro de firmas sabemos que Andreu Nin estuvo presente. Comunicador, activista y maestro, al que le gustaba tocar el clarinete, Nin fue un apasionado de la obra de Guimerà. Con tan solo 13 años escribió sus primeros artículos para diarios como Baix Penedès y La Comarca de Vendrell. Llevó a cabo su etapa docente con una visión sorprendente, por lo avanzada, para la época: consideraba que un niño es el germen de un adulto, que la tarea del maestro era darle herramientas para pensar más que enseñarle y que los estudios basados en la observación de la naturaleza eran más eficientes que la memorización de un libro.
Pero si Andreu Nin ha pasado por algo a la historia es por su faceta revolucionaria, cuyo comienzo podemos datar en la Fiesta Mayor de 1909, cuando participó en el intento de detener un tren cargado de soldados que iba a reprimir a la gente de Barcelona tras la Semana Trágica. Nin era un hombre de letras que hizo política por sentido del deber, durante su corta vida tuvo unas enormes ganas de transformar el mundo que le había tocado vivir. Pero eso no podía hacerlo desde un pequeño pueblo y se marchó a buscar una revolución que estuviera a la altura, viajando hasta Moscú. Además de la tarea política, trabajó en las traducciones de grandes clásicos rusos de la literatura, como Dostoyevski y Chéjov, que todavía hoy siguen vigentes, y tuvo tiempo de conocer a una bailarina del Bolshoi, Olga Tareeva, que a su lado aprendió a hablar catalán perfectamente.
Tenemos algunos detalles de los días moscovitas de Nin gracias al Viaje a Rusia de Josep Pla. Por sus páginas sabemos de algunas anécdotas de aquellos días revolucionarios, como cuando Nin apareció una de las tardes “vestido de ruso”, con botas de montar, pantalones abombados y una blusa blanca ceñida a la cintura con un cinturón de cuero. Pla recuerda que Andreu Nin era dialécticamente imbatible, vehemente, pero que cuando hablaba de la sociedad futura era un poco pesado. También nos dice que tenía muchas ganas de hablar catalán, de tener noticias de su país y de cocinar un arroz a la catalana. Pla creía que esos arroces en el extranjero eran imposibles, la margarina y el arroz de tipo chino no se podían comparar con los ingredientes de casa. «Algo para comer con cuchara, azafranado, enmargarinado y sin el más leve parecido con la realidad: imposible encararse a él sin disponer de una considerable cantidad de hambre», dijo Pla del resultado final. Pero ante la sorpresa del escritor del Empordà los invitados dieron cuenta de los platos con avidez, «devorando aquella bazofia deprisa hasta no dejar ni un grano».
Es cierto que Andreu Nin dejó El Vendrell para luchar por unos ideales en los que creía, pero no lo es menos que siempre reivindicó su origen: ¡Yo soy de un pueblo!, decía cuando le preguntaban por su lugar de procedencia. Andreu Nin fue secuestrado y asesinado por sus ideas. Como su cuerpo no apareció nunca, su mujer, Olga, quiso que sus propios restos reposaran en el cementerio del Vendrell, donde también están los de Pau Casals.
Pau Casals
Siendo un niño, Pau Casals se sentaba en el taburete del órgano de la iglesia parroquial del Vendrell —su padre era el organista— alargando los pies para intentar llegar a los pedales, pero eso, decía, no le ayudaba a crecer más deprisa. La música estuvo muy presente en la primera etapa de su vida, las notas musicales le fueron más familiares que las palabras y cantó afinadamente antes de hablar con claridad. De la mano de su madre paseaba por la playa, El de Sant Salvador, dijo, es el mar más maravilloso del mundo. Como en el caso de Guimerà, aquellos recuerdos de infancia tuvieron mucha importancia en su vida: «Donde quiera que me haya encontrado, en el transcurso de mis viajes, tanto la ermita y la playa de San Salvador como la vida del Vendrell han ejercido dentro de mí una poderosa atracción. Una atracción que evocaba —todavía evoca— el maravilloso mundo de la infancia».
Con el tiempo, aquella primera casa de veraneo en la playa se convirtió en una residencia de estilo novecentista, con un hermoso jardín, una galería de esculturas y un mirador con vistas al mar que tanto le reconfortaba: «Cuando cierro los ojos, veo el mar de Sant Salvador con las barcas de pesca en la arena, las viñas, los olivos y los granados del Camp de Tarragona». En ese rincón de la Costa Daurada pasó algunos de los momentos más felices de su vida. Esperaba impaciente la llegada del verano para trasladarse a la casa de Sant Salvador, cabalgaba por la playa con su caballo Florian, jugaba al tenis, y disfrutaba de sus ocho canarios que le acompañaban con su canto cuando interpretaba a Bach. Casals fue un trabajador incansable, sostenía que la técnica más perfecta es la que no se percibe. Hombre de rutinas, cada día al levantarse se sentaba al piano y tocaba dos preludios y dos fugas de Bach, después iba a caminar por la playa antes de empezar a trabajar para ver salir el sol y hablar un rato con los pescadores. Siempre amó la mar de una manera especial, la visión que tenía desde las ventanas de la villa, muy similar a la que hoy todavía podemos contemplar, nunca dejó de cautivarle.
La Vil·la Casals está en un periodo de renovación, cuya finalización está prevista para el mes de octubre, pero todavía se puede visitar la exposición 100 años de la Orquesta Pau Casals. La creación de la orquesta, el más perfecto de los instrumentos como dijo el músico, fue uno de sus grandes empeños. La clase trabajadora no solía tener acceso a la música, a la cultura, por el precio de las entradas: «Si era la gente que había producido toda la riqueza del país, ¿por qué iban a quedar marginados de nuestra riqueza cultural?», dijo el violoncelista. A raíz de la fundación de la orquesta se creó también la Asociación Obrera de Conciertos, que restringía la entrada a las personas que ganaran menos de quinientas pesetas mensuales.
También están abiertos los jardines del museo, donde se pueden ver algunas de las esculturas que forman parte de la interesante colección de arte catalán que reunió Casals, principalmente de finales del siglo XIX y principios del XX. Esa colección incluye alguna obra del escultor Apel·les Fenosa.
Apel·les Fenosa
Buscando una ventana gótica a la que asomarse por las mañanas, Apel·les Fenosa encontró la casa del Portal del Pardo, aunque él siempre prefirió colocar una tilde sobre la o, Pardó, por las reminiscencias franquistas del nombre. En 1958, tras el gran éxito de una exposición, Fenosa no quiso llevarse el dinero a París y decidió comprar una casa. Cuando se encontraron con esa propiedad, más un palacio que una casa al uso, su mujer Nicole puso un poco de sensatez y le dijo que no tenían suficiente dinero para comprarla. Pero el escultor se había enamorado de esta casa que pertenecía a los descendientes de Àngel Guimerà y también había sido propiedad de la familia de Andreu Nin, de hecho el escudo familiar todavía puede verse en el crucero gótico del portal que da acceso a la calle Mayor. Fenosa se llevó una postal a París con una foto de la casa y se la enseñaba a todo el mundo. Sus amigos le regalaron algunos objetos para que los vendiera, ayudándole a conseguir el dinero, incluso Tristan Tzara vendió un Picasso.
A partir de aquí cuentan que Fenosa convirtió la casa en un autorretrato, que cada espacio atrapó la personalidad del artista. En las fotos que se pueden ver de las diferentes estancias —solo se visita la planta baja y los jardines— podemos comprobar que prevalece un deseo de belleza por encima de todo y que la casa es una especie de museo con todo tipo de objetos decorativos. Josep Miquel García, director de la Fundación Apel·les Fenosa, dice que en cierta ocasión Nicole le entregó un pedazo de papel con una frase escrita en francés que traducida decía así: «Cada milímetro de esta casa me rompe la cabeza».
La llegada del matrimonio y de todos sus amigos suscitó todo tipo de comentarios y alguna que otra confusión en el pueblo, como cuando se pensó que dos orientales habían comprado la casa y que los Fenosa eran los sirvientes: japoneses ricos con criado catalán. Era al revés, la fascinación de Fenosa por Japón le llevó a tener varios asistentes de esa nacionalidad y en alguna ocasión todos se vestían con quimonos. Las habladurías también estaban a la orden del día, especialmente dirigidas a Nicole, una mujer rara que corría, llevaba pantalones e iba sola a los cafés.
Fenosa pensaba que solo tenemos diez minutos de lucidez al día y que por lo tanto ese es el tiempo que deberíamos trabajar. Claro, que para esa lucidez seguro que ayudaba el ambiente creado en el íntimo jardín de la propiedad, perfumado de rosales, con una higuera, olivos y limoneros que le proporcionaban fresca limonada. En las reuniones con amigos se comía con mucha consciencia, iban al mercado del Vendrell a comprar productos locales y Anita, la cocinera, se encargaba de llevarlos a la mesa. El editor Jaume Pla afirmó que las aceitunas más perfumadas, los pimientos más rojos y los tomates más al punto, los había comido allí; Tristan Tzara abre un paréntesis en mitad de un texto en que describe a varios de los invitados (Vino, bacalao con samfaina (pisto), vino, melón, manzanas, vino). El crítico de arte Alexandre Cirici recordaba, tiempo después, los desayunos de pan, coca y leche con Nescafé antes de salir de excursión por los pueblos de la Costa Daurada. De aquellas excursiones comentó el escultor japonés Yasuo Mizui que ni en Japón había visto maravillas iguales. Y a Irving Davis, un apasionado por la cocina catalana, le sirvieron para recoger recetas que incluyó en su libro A catalan cookery book, aunque también reconoció que en esas páginas estaba el buen hacer de Anita.
Disfrutaron mucho de las fiestas locales, diadas castelleras, pasacalles, gigantes, diablos, de las matinades de grallas y tambores y de las sardanas en las que no dudaban en participar. Esa manera de vivir atrajo a varios amigos del matrimonio que se instalaron cerca del Vendrell, como Joan Perucho que encontró casa en Albinyana, Ursula Schroeder en Sant Vicenç de Calders y Evelyne Dubourg en Llorenç del Penedès, un hogar suficientemente tranquilo y apartado al que se trasladó con su piano.
Guimerà, Nin, Casals y Fenosa, llenaron las calles del Vendrell de letras, música, arte, y un poco de espíritu revolucionario. Acercándonos a las localizaciones vinculadas a cada uno de ellos podemos entender por qué hallaron aquí la inspiración necesaria para crear una buena parte de su obra. Todos ellos vieron en los paisajes de la Costa Daurada los orígenes de la vida mediterránea.
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