Ciudades que viven a la sombra de una fiesta cervecera y castillos de hadas construidos por un rey al que hicieron pasar por loco. Mujeres vestidas con el sempiterno dirndel —generosos escotes y faldas voluminosas— y señores con lederhosen de cuero de gamuza —no siempre favorecedores— cosidos a mano. Un gran equipo de fútbol, würst en todas sus variantes, casitas de madera de estilo alpino y mercadillos que en Navidad hacen subir los grados del termómetro gracias al vino caliente y a las galletas de jengibre. Esa es, a grandes rasgos, la imagen que la gran mayoría tenemos de Baviera.
Para darle la vuelta a esa ecuación de sota, caballo y rey bávaros nos hemos acercado a Berchtesgaden, uno de los dieciséis parques nacionales que tiene Alemania; el único situado en los Alpes. Al final de este artículo, con un poco de suerte, a la lista de rebosantes jarras de cerveza y castillos de cien almenas quizá podamos añadir algunos hayedos, dos o tres lagos de origen glaciar y un par de cumbres alpinas. Empezamos.
La población de Berchtesgaden, que floreció gracias al comercio de la sal y sirvió de retiro vacacional al mismísimo führer, es el epicentro de los servicios en el valle y el lugar donde se ubica Haus der Berge, el flamante centro de interpretación del Parque Nacional homónimo.
Berchtesgaden es modesta, con un pequeño centro histórico y un par de iglesias, pero presume de tener un imponente skyline compuesto por la cadena de los Alpes bávaros. Una de sus cumbres es el Watzmann, de 2.713 metros, que si bien no es la montaña más alta de Alemania —en realidad es la tercera— sí que está entre las más emblemáticas.
La inmortalizó el pintor romántico Caspar David Friedrich y un movimiento popular la salvó de un proyecto faraónico que pretendía llevar un teleférico hasta su cima.
Los alemanes vieron claro que de algún modo tenían que democratizar las alturas y si bien la obra del Watzmann no fraguó, sí lo harían otras que acabarían transportando a los turistas por cable hasta techos vecinos como el Predigstuhl (1.613 metros) o el Jenner (1.874 metros). En este último hay quien se conforma con subir cómodamente en la cabina y tomarse una buena weissbier por encima de las nubes, pero la estación alta del telecabina es también punto de partida para caminatas que exigen una mejor condición física y técnica, como las que llevan hasta la cabaña de Gotzenalm o hasta la orilla del Königssee.
Este lago de origen glaciar es, precisamente, el gran icono del Parque Nacional Berchtesgaden si nos atenemos a su cifra de visitantes y a la infraestructura turística: hoteles, restaurantes y tiendas de recuerdos que han florecido en su extremo norte. Los barcos eléctricos que llevan hasta la iglesia de St.Bartholomä o hasta el otro lago, el Obersee, suelen partir llenos hasta la bandera. Pero una vez en estos lugares, solo hay que adentrarse en los hayedos y en los bosques de coníferas para quedarse completamente a solas, con la única compañía de mirlos, pinzones y carboneros.
Otro lago en las inmediaciones de Berchtesgaden, no tan mediático pero de aguas igualmente transparentes y de color turquesa, es el Hintersee, muy popular entre los excursionistas de media mañana que llegan a pie desde Ramsau siguiendo el popular “Sendero de los Pintores”. Este camino, con sus vistas tantas veces reproducidas al óleo, carboncillo y acuarela, discurre a través de un magnífico bosque que alguien, en un alarde de originalidad, bautizó como Zauberwald (bosque mágico).
Cerca de Ramsau, otra excursión facilona conduce hasta la impresionante garganta de Wimbach, un lugar donde tanto plantas como animales se han adaptado a condiciones muy especiales: humedad muy elevada, temperaturas bajas, hielo en invierno y poca incidencia de la luz del sol.
Los turistas llegan aquí en cuentagotas, algo que agradecen las lavanderas cascadeñas (Motacilla cinerea) que nidifican cerca de las abundantes cascadas que se derraman por las paredes de la garganta.
En el entorno de Berchtesgaden también hay espacio para los mitómanos. Algunas de las escenas de la conocida película Sonrisas y lágrimas fueron rodadas en el parque, entre ellas la inicial en la que Julie Andrews sale cantando The sound of music y un plano del Königssee y la iglesia de St. Bartholomä. Por otro lado, en una de las cimas que rodean la ciudad, el oficial nazi Martin Bormann hizo construir la Kehlsteinhaus —más conocida como Nido del Águila— como regalo para el führer en su cincuenta cumpleaños. Hitler nunca llegó a tomarse el té aquí, pero sí lo hacen los turistas desde que en 1960 la Kehlsteinhaus fuera convertida en restaurante. Las ganancias que genera el lugar se destinan a fines sociales.
Texto: Kris Ubach / Fotos: Òscar Domínguez
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