La última vez que viajé a Bruselas había ido leyendo en el avión algunos poemas de Las flores del mal de Baudelaire, en busca de pistas acerca de la relación entre los poetas malditos y la ciudad. El brusco contacto del tren de aterrizaje coincidió con ese final tan inquietante y abierto a la imaginación de El viaje: «Hasta el fondo de lo Desconocido, para encontrar lo nuevo». Cuando llegué a Bruselas, llovía. Quizás como homenaje al poeta maldito, probablemente porque es costumbre. Las gotas repiqueteaban en los adoquines y la ciudad se bañaba con ese tono gris que tan bien le sienta.
La invitación a la búsqueda de Baudelaire desembocaría en idolatría de la novedad y un par de décadas después de la edición definitiva de su libro un grupo de artistas se ponía el arte por montera para dar con la estética Art Nouveau. A la pléyade que formó la orquesta no le faltaron batutas.
Mientras Gaudí en Barcelona o Wagner en Austria hacían de las suyas, Víctor Horta, Paul Hankar, Paul Cauchie y Henry van de Velde atizaban coups de fouet a sus creaciones utilizando para ello materiales con los que el límite a la flexibilidad lo ponía la imaginación.
Los edificios que no han desaparecido siguen dando motivos para la celebración, como la Bienal Art Nouveau que cada dos años, durante los fines de semana de octubre, abre las puertas de casas que no están en el mapa turístico. Este 2013 se cumple la séptima edición. En la anterior tuve ocasión de participar en una de las jornadas de fin de semana.
La primera cita la tuve en la Casa Solvay, uno de los más perfectos ejemplos de cómo se desarrolló esta arquitectura en Europa. Un rico empresario en un arrebato de filantropía y ganas de notoriedad a partes iguales –no se había inventado la obra social como método para desgravar impuestos–, decide ejercer el mecenazgo y da carta blanca a los primeros espadas de la arquitectura. Ernest Solvay, que se hizo rico con el asunto de la sosa, fue el gran benefactor del Art Nouveau en Bruselas. A él le debemos algunas de las mejores obras entre las más de quinientas diseminadas por la ciudad. Aunque la casa que lleva el apellido del magnate fue encargada por su sobrino Armand. Victor Horta decía que el arte debía tocarse, pero los propietarios de las casas no se enteraron. Fingiendo no haber visto el cartel, le di la espalda y mis dedos se deslizaron por la barandilla de madera, las vidrieras policromadas y la sinuosa estatua de la entrada con cara de portada de Collier´s; dedos que más que tocar, acariciaban. Hasta que el vigilante rompió el encanto mostrándome ese cartel que ya había visto antes.
No todas las casas se pueden visitar, de hecho cada vez que se celebra la bienal se abren unas pocas, una quincena en la edición de este año. Aunque hay una con la que no pueden. Se suele relacionar la sensualidad de las mujeres modernistas con las que pintó Gustav Klimt, algunas de ellas encerradas en el Palacio Stoclet. Como acostumbra a pasar, muerta la baronesa iniciados los litigios. Conclusión: el edificio permanece cerrado negando a los mortales la visión de los cuadros que decoran el salón, obra del genio austriaco.
Las zonas y barrios de Maelbeek, Ixelles, Marolles o Uccle fueron como laboratorios para el Art Nouveau, bien porque recibieron a familias con posibles que encargaron sus casas a los mejores arquitectos del momento o bien porque edificios planteados como viviendas o para uso social fueron construidos en ese estilo.
Algunos de los edificios más interesantes que se podrán visitar este año son la casa Van Eetvelde, el Hotel Hannon, la escuela Schaerbeek, los almacenes Waucquez (museo del Cómic), la casa Cohn-Donnay (es el restaurante Ultieme Hallucinatie), la casa Max Hallet, la casa Ciamberlani, la villa Bloemenwerf o la casa de Brouckère.
Más información y reservas en la página de los responsables del programa y de las visitas guiadas, Voir et dire.
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