Hubo que esperar hasta el siglo XX para que un edificio superara en capacidad al anfiteatro Flavio. Universalmente conocido como Coliseo, hoy en día se sigue tomando como modelo para la construcción de escenarios deportivos. «Mientras siga en pie el Coliseo, seguirá en pie Roma. Cuando caiga el Coliseo, caerá Roma. Cuando caiga Roma, caerá el Mundo» Quizá no tuvo en cuenta el historiador Beda el Venerable (siglo VIII) los diversos expolios y terremotos que el icono de la antigua Roma ha sufrido a lo largo de los años o cuando se convirtió, avanzada la Edad Media, en la cantera de la ciudad. Pese a todo ello, todavía se puede contemplar gran parte de la estructura que se empezó a construir en el año 70 d.C. bajo mandato del emperador Vespasiano. Inaugurado por su hijo Tito en el año 80 con cien días de sangrientos juegos, fue sin embargo el otro hijo, Domiciano, el que concluyó la obra agregando el último piso y los sótanos. Poco se sabe, de hecho nada, de los arquitectos que planificaron semejante obra de ingeniería, ya que las construcciones del Imperio se erigían para gloria de los emperadores. En el caso del Coliseo, además de la gloria, estaba el panem et circenses, en esencia, los dos únicos requisitos que los gobernantes necesitaban para que la plebe estuviera contenta; pan y circo. Casi dos milenios después, nada ha cambiado.
Cuestión de medidas
De lo que sí ha quedado constancia es de las medidas de esta elipse edificada en tierra pantanosa entre las colinas de Esquiline y Caelian. Con capacidad para 50.000 espectadores, disponía de 80 entradas y más de 250 vomitorios que permitían salir a todos en escasos minutos. Mide 188 metros de largo por 156 de ancho y la altura de 48 metros es alcanzada mediante 4 pisos de arcadas y órdenes superpuestos, siendo el de abajo dórico, continuando por el jónico y rematando con el corintio en el último piso, donde también se ubicaba el velarium o toldo para las entradas de sol o sombra.
Que empiece el espectáculo
Las luchas de gladiadores eran tan solo uno de los espectáculos que allí tenían lugar. En las venerationes entraban en juego los animales capturados en cualquier parte del Imperio: elefantes, rinocerontes o tigres que luego se merendaban a los prisioneros en los noxii. El plato fuerte eran las munera o luchas de gladiadores. Prisioneros de guerra o esclavos adiestrados en las diferentes clases de lucha se batían a muerte en la arena en busca del preciado rudis o sable de madera, símbolo que daba la libertad al gladiador.
Gladiadores los había tracios con rodela y puñal, retiari con red y tridente, samnitas con escudo y espada, murmilones con el casco decorado con un pez e incluso había meridiani, una suerte de teloneros que aparecía en los descansos. Es una especulación, pero se cree que también tuvieron lugar algunas naumaquiae, batallas navales para las que se precisaba inundar la arena. En todo caso, de existir, fueron antes de construir los sótanos.
Los juegos adquirían una dimensión política y religiosa importante, amén de social. Coincidían con fiestas en el calendario, los había anuales y con fecha fija (ludi stati). La popularidad del emperador o del político que los pagaba dependía en buena medida del éxito de los juegos.
Hoy en día podemos visitar, junto a varios millones de personas al año, una cuarta parte del Coliseo. Vasijas, estatuas y capiteles esperan, hacinados en almacenes, ser mostrados algún día al mundo. Gracias a un acuerdo con la comunidad de San Egidio, las autoridades mantienen el Coliseo iluminado durante 48 horas cada vez que a un reo le es conmutada la pena de muerte o es abolida en algún país.
Deja un comentario